martes, 5 de febrero de 2013

LAS DESPEDIDAS, ESE ADIÓS QUE NOS UNE DE MANERA DIFERENTE

Mamá, ayer me pidieron que me despidiera de ti, dije “nunca lo voy a hacer” 24 horas después esto es para ti.
- Este escrito está dedicado a todas esas personas de las que nos hemos despedido, tú, yo, todos. Con mucho cariño para ustedes. Daniel… ¡Gracias!
Odio la cocada, ese coco rallado que entra en la boca y se convierten en serpientes vivientes adentro con un sabor mareador, igualito a su olor. Odio vomitar, ese sentimiento en el que se te cruza el tubo del oxígeno con el del estómago y o devuelves o respiras y sientes que te ahogas… pero odio más, odio más las despedidas.

Pregúntenle a Marissa, mi mejor amiga que cuando se iba a vivir a Mexicali como un mes antes ya no le hablaba porque me estaba entrenando. Pregúntenle a Poly que se fue a Nueva York y me cuesta hablar con ella porque no sabe pero cuando me saluda se me ponen los ojos llorosos. Pregúntenle a mi ex, pregúntenle a mis maestros de secundaria que casi les compongo una canción más padre que Las Golondrinas…

Decir adios… ¡UFF! Pero bueno pasa el tiempo y nos hacemos fuertes y esas cosas que no entendemos y de repente se nos van haciendo más fáciles las cosas… Nos hacemos fríos ante lo que nos hace vulnerables y buscamos a toda cosa no acercarnos a ese sentimiento. Tal vez por eso desde que se fue mi hermano Efraín no le escribo tanto. Duele.

No se diga de la muerte. Saber que no vas a volver a escuhar su voz, a abrazar a aquella persona… ¡Esa si duele y duele machín! A veces nunca llegamos a acostumbrarnos a ella. Mi sobrina pequeña murió su papá – mi cuñado – cuando ella era bebé. A veces cuando lloraba y ya estaba poquito más grandecita decía “Extraño a mi papi” cosa que nos sorprendía porque convivió con el un par de años… pero no dejamos de acostumbrarnos a las pérdidas.

Somos víctimas de los “adioses” nuestros sentimientos, nostalgias y melancolíaas se basan en sus recuerdos. Nos aferramos a sus pertenencias, a las cosas físicas que aún podemos tocar para sentir que tocamos su cuerpo… ese que está bajo tierra o hecho polvo.

Nos aferramos. Y buscamos cualquier oásis que se le parezca aunque sea una irrealidad.

Así me pasaba con mi mamá hasta ayer. Vino un amigo mío que conozco desde hace poco pero quiero como si conociera desde hace mucho y su sensibilidad me hizo comenzar a preguntarle cosas más allá de su comida favorita. Habíamos comido juntos pero no lo quería dejar ir. “Voy a la oficina y después le caigo a tu casa y seguimos hablando de esto…” ¿Cuál era el tema? Le había preguntado sobre su trabajo y por qué estaba hablando por celular con tantas personas preguntándoles ¿Cómo vas? ¿Qué vas a crear hoy? – ¡De qué me hablas! – Le dije.

-       Doy cursos.

A las dos horas estaba sentado en la sala de mi cuarto yo en la cama con un Starbucks en la mano y sintiéndome en una sesión de terapia.  Le conté toda mi vida. ¿Cuánto me tardé? Una hora, tal vez dos. No me interrumpió.

¿Conclusiones?
La número uno se las quiero dejar en otro escrito extenso porque está bárbara y quiero escribir específicamente sobre ello, recuérdenme.

La número dos:
Tienes que dejar ir a tu mamá. Despídete ya de ella, déjala, tú estás bien… ella te cuida y va a estar contigo siempre pero no la dejas descansar, todo el tiempo quieres que esté contigo a todas horas ¿No crees que está aquí ahorita? – No me lo van a creer pero la sentí y sentí que lo que él me decía era cierto. Me aferraba a ella, la culpaba si me iba mal, le agradecía si me iba bien como si todavía seguía siendo mi proveedora. “Mamá tengo miedo” “Mamá no sé qué hacer dame una señal y hago lo que me digas…” “Mamá resuélveme esto o aquello…” “Mamá no dejes que me rompan el corazón, ayúdame…” Todo se lo pedía a mi mamá, poco me faltaba para “Mamá no hay agua caliente, ándale dame tantita…”

Psicológicamente eso me afecta más a mí que a nadie. Ella está bien. Yo no la dejo ir y la afectada soy yo. Camino con muletas espirituales y no puedo aceptar el hecho de que ella ya no está y quiero de todas las formas posibles hacerla presente de la manera más viva que pueda hacerse, hablando con ella en voz alta, exigiéndole que me alivie cuando me duele la cabeza, cosas que no podría hacer ni aunque estuviera viva. No sé qué estoy diciendo… no me juzguen por favor.

Hoy en la mañana me subí a mi Chevy y manejé y comencé a hablar con ella. “Mamá, tú sabes que ya estoy bien, que intento ser independiente y parece ser que lo voy logrando, que ya sé vestirme sola, hacerme de comer, tomar mis propias decisiones y ya puedo dormir con la luz apagada… descansa mamá, duerme un poco que yo ya puedo hacerlo sola y las decisiones que a partir de ahora tome no te voy a culpar si una es mala y no me ayudaste a decidir. Hoy te digo, ya soy adulta, no tengas miedo que yo ya no lo tengo tampoco y no te preocupes por mi, descasa… yo sé que me vas a seguir cuidando pero ya no me aferro a ti, lo único que te pido mamá es que asistas a todos mis festivales y me veas bailar en tu nombre…”

Yo no sé dónde esté ella, yo creo que no porque yo le diga que descanse va a descansar, yo creo que ya lo hace y creo que este ejercicio más que a ella obviamente me sirvió a mí. A aprender a ser responsable a cortar el cordón umbilical que me abría las puertas a ser víctima y a tener a quién culpar si las cosas me salían mal. Hoy me sentí más libre, más ligera, como si empezara una aventura nueva…

Ese es el problema, que cuando nos despedimos se nos cierran las puertas en vez de ver que todo se abre, cuando cortas con un niño o una niña que amabas mucho piensas que ya nadie será como ella, que no hay solución, que no hay salidas, cuando yo hoy sentí, que la delicia más grande de la despedida es eso, el comienzo de una aventura nueva, para ti y para la persona de la que no estás tan pegado como antes.

Decir hola y adiós, una de las cosas de las que el ser humano no se va a escapar… Las despedidas, aquella nostálgica separación que nos une de manera diferente. GRACIAS POR LEER. Lo que les acabo de contar es algo muy personal pero quiero agradecerles la confianza que siento porque cada que escribo algo mis textos han sido recibidos con el mayor respeto y vulnerabilidad con los que han sido escritos… no sé si sea lógico decirlo, pero los quiero.
Mamá… adiós, (me siento como en mi primer día de clases), mira mis amiguitos nuevos… estoy bien. Descansa en paz. ¡Te veo en la presentación de nuestro libro, en mi boda y en el nacimiento de todos tus nietos!

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3 comentarios:

  1. Ufff...Que fuerte, yo gracias a Dios aún tengo a mi mamá y me doy cuenta de que no es valorada por mi, como se lo merece! Me estremecio el final...

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  2. woao!! definitivo decir adios duele mucho!

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