viernes, 1 de febrero de 2013

¡ESTOY ENAMORADA!

El amor siempre había estado ahí, pero nunca lo había visto, vaya manera de empezar el año, abriendo los ojos…

En mi casa me andan diciendo que si estoy enamorada, en año nuevo sobre todo. “Andas de muy buen humor” Me dijo Ana (una de mis diez hermanos). Yo sonreí y no le contesté…
A ella la dejé con la duda ¿pero a mis lectores? ¡Jamás! Así que les voy a contar qué me tiene cantando a todas horas y caminando con brinquitos (como lo hacías en primaria con tu mejor amiga).
La respuesta es fácil, como dice Demián Bucay en el título de su libro, hay que “Mirar de nuevo”, y es que se dice fácil pero el proceso no lo es, fue tan difícil como la vez que estaba en el restaurante de comida china, yo era tan sólo una pequeña infante de trenzas francesas.
-       ¡Qué! ¡Qué ven! – Pregunté como niña de un clan al que siempre le llegan las noticias al final.
-       ¡Si es cierto! ¡No manches ya vi!
-       ¿Qué viste? ¿Qué viste? – Seguía preguntando como la tacita de La bella y la bestia.
¿Qué podrían haber visto? Era un restaurante común y corriente, sillas, mesas y personas.  ¡Ah! y un cuadro grande de puros garigoles.
-       ¿Ven el cuadro? – Le dije a mis hermanos.
-       Si, es que no es cualquier cuadro Chía, es tridimensional.
-       Tri di men sio nal …  dije como la niña de “Up” cuando dice “It´s América but south” – Uuuuuóoooooraleeeeee ¿Y qué es tridimensional?
-       Hay unos delfines escondidos en el cuadro y se salen de él si te le quedas viendo.
-       ¡No juegues! ¿En serio?
-       ¡Ah! Ya los vi – Dice Efraín mi otro hermano, unos meses más grande que yo.
-       ¡Ah! ¡Son muchos delfines! – Dice David, unos meses más chico que yo.
-       ¡No veo nada! – Dije.
-       Concéntrate Lucía – Dijo Ana con paciencia. Mira, están en el centro.
Llegó el chino que tomó la orden y se interpuso entre mi cuadro y yo. “Que se quite” pensaba haciéndome de un lado a otro.
-       ¿Algo de postle? Pastel de flambuesas o aloz con leche. – Dijo el chinito. Y yo contesté en mi mente uno de los dichos más populares de la primaria: ¡La carne de burro no es transparente!
Ese día en aquel restaurante la niña de trenzas francesas duró todo el tiempo buscando unos delfines en aquel cuadro que parecían o ofrecer nada. Algunas veces la pequeña creyó haber visto los delfines, creados por su propia imaginación ante las ansias de no haberlos encontrado. El padre de la pequeña (o sea yo pero lo estoy contando más cursi) ordenó la cuenta y la desesperación llegó a su climax.
-       ¡No veo nada! – Dije ya con agua en los ojos. ¿Por qué todos vieron ya los delfines y yo no?
-       ¡Mira Lucía! ¡Ahí están! Están echándose un clavado.
-       ¿Dónde? ¿Dónde?
De pronto, como milagro de Dios, del cuadro resaltaron cinco hermosos y perfectamente delineados delfines ordenados en hilera y sonriéndome sólo a mí. ¡Hola pequeños! Dije en mi mente mientras sonreía sin mover ni un milímetro mis ojos del cuadro para no perderlos. De pronto se esfumaron. Yo reí, el encuentro había sido breve pero me constaba que no había sido mi imaginación, esos delfines existían aunque hubiera volteado otra vez y ya no los hubiera visto, sabía que estaban ahí. ¡Qué feliz salí ese día del restaurante!
Lo mismo me pasó este año y es la razón por la que mi hermana me dijo que me veía diferente, no se equivocaba, yo me encontraba preparando brownies para mis hermanos con mis sobrinas y mientras batíamos huevos y trozábamos nueces en cachitos y nos manchábamos de chocolate yo vi de nuevo.
Hace días estuve enferma de gripa, una muy fea que me llevó dos días al hospital y a que un día mi papá no fuera a trabajar para quedarse conmigo tocando el piano. (Que bien me hace cuando a mi papá en las mañanas se le ocurre tocar el piano, nunca se lo digo pero me hace muy feliz, es más, hoy llegando a mi casa prometo decirle).
En fin, valoré mucho la salud, había llegado de navidad mi bicicleta vintage verde pistache con canasta y asiento grande para que abarcara todas mis pompis y no había podido estrenarla. ¡Qué importante es la salud! Pensé durante esos diez días en los que no podía ni ver tele. ¡Todo me dolía!
En esos días también pensé en mi papá. A veces nos quejamos (o siempre) de nuestras familias. “que mi papá no me dice mucho “te quiero mucho” que mi hermano me molesta todo el día, que mi mamá quiere vivir mi vida…” pero a final de cuentas cuando estás enfermo ahí esta tu hermana subiendo a tu cuarto, abriendo la puerta y asegurándote de que estás bien… y tú con ojos cerraditos escuchas el abrir y cerrar de la puerta y te das cuenta de que no estás sola y del amor incondicional que brinda un ser humano que no valoras. También me pasó con mi papá que al hablarle por celular y decirle que me sentía muy mal me dijo voy para allá y sin haberle colgado el teléfono me quedé escuchando que él tampoco le colgó y le dijo a alguien “Voy a mi casa que mi hija se me puso mala, ahorita me regreso”.
-       Te traje Gatorades y Yakult y aquí arriba tengo manzanas. A ver, ponte este termómetro. – Díganme, ¿no les dan ganas de llorar de ver que su papá hace eso por ustedes?
Entonces tuve tiempo de pensar y de “Mirar de nuevo” y encontrar uno a uno los delfines hasta darme cuenta de todas las veces que me quejaba de todo lo que me faltaba y le decía a Dios que tenía muchas carencias y que merecía más y que por favor me cumpliera mis caprichos. Cuando lo único que tenía que hacer es quedarme sentada y entre tantos garigoles ver los hermosos delfines que saltan todos los días para mí.
Así que este fin de año descubrí eso. Preparamos la cena entre todos, mi tía Olga llegó con un arroz y pollo que sabía a mamá y Kina mi hermana arreglaba la casa mientras que David ponía los platos. Yo hacía los brownies con las niñas y Ana (la mamá de mis sobrinas) Hacía una pasta.
No vi uno, ni cinco, vi un millón de delfines que brincaron y me salpicaron para decirme “Siempre estuvimos aquí”. Así que este año nuevo prometo que aunque a veces vuelva a voltear al cuadro y no vea nada, recordar que ahí están y que sólo hace falta voltearlos a ver y saber que cuando más impaciente estoy y ya no puedo más con las ansias… aparecerán. En esos minutos de clímax cuando la vida nos “decepciona” los delfines salen al ataque y te hacen sonreír con esos colmillos de leche haciéndote sentir una niña protegida, una niña que nunca ha estado sola, que tiene una familia que la quiere y que no necesita nada más. ¿Cómo no cantar mientras hago brownies y parecer enamorada con una conciencia plena de tanto amor encima de mí?
Ana… esa era la respuesta.
Gracias por leer, que este año los delfines brinquen en su corazón y los salpiquen hasta tener que cambiarse de ropa. Los quiero lectores.
Miren, estos son los delfines de los que yo hablo… si que me salpican! (Miren todas las fotos abajo hay un secreto para ud).



Para los que llegaron hasta aquí les voy a decir un secreto… la verdadera felicidad y más plena que he conocido no es cuando haces conscientes los delfines… sino cuando tú te conviertes en delfín de alguien más.
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