viernes, 1 de febrero de 2013

¡A LEER!

En estos momentos quedas atrapado. Te soltarás hasta que tú quieras, mientras tanto tus ojos están puestos en las palabras que he creado y pensado cuidadosamente para ti. ¿Me sigues? Aquí estoy yo también y mientras más escribo más trato de adivinar en qué pasa por tu cabecita. ¿En qué piensas? ¿Serás un hombre o una mujer? ¿Dónde vives? Me gustaría saber con quién estoy interactuando de esta manera. ¿Te levantaste de buen humor o ya es de noche y más bien estás en tu cama leyendo antes de dormir? ¿Estás en la oficina? ¿Le atiné a algo?
Yo estoy sentada en el vigésimo piso en un escritorio con vista a la ventana del que ya me he encariñado  y a la vez me molesta su forma en “L”… estoy sintiendo que de alguna manera ya estás tú también aquí conmigo y no donde realmente estabas. Es maravilloso sentir que te encuentras entre mis letras, es un orgullo tenerte en esta “tu casa” y saber que estamos de alguna manera conectados. Por tal motivo en lo único que pienso es en si estás cómodo…¿Estás a gusto? ¿Te traigo algo de beber? Quiero que te quedes y quiero que lo hagas porque lo estás disfrutando y no porque yo quiero que te quedes.
Y de este modo, por voluntad has llegado hasta este renglón, y así de ese modo, por voluntad, es que me atrapan los libros
desde que tenía la edad de leer. Me acuerdo de Genoveva de Bravante, una mujer que amamantó a su hijo con un venado cuando se perdió en
el bosque embarazada de su amado Sigfrido quien pensó que ella había muerto… o cuando ya era de noche y mi mamá no se daba cuenta, leía al triste y amargado David Coperfield ¡Pobre niño! Todo el mundo lo trataba tan mal que me hacía tener pesadillas en la noche. ¡O el rey Salomón! Que quería partir un bebé en dos mientras que construían una torre de Babel para que llegara al cielo. Sodoma… Gomorra… las estatuas de sal. O lindopié, un personaje con el pie grandísimo que nadie lo quería. ¡O el flautista de no sé dónde! Que corría a las ratas en filita.
Después crecí y era adolescente y mujercitas y hombrecitos, aquellas mujercitas y aquellos hombrecitos dominaron mi vida mientras ansiosa seguía leyendo sólo para encontrarme con la siguiente ilustración, todo eso hasta que llegué a la edad “adulta” en la que ya podía ser como Rocío mi hermana y leer por fin a Victoria Holt, desvelada y sentada en el baño rosa porque  ya habían apagado la luz del cuarto mis hermanas que al día siguiente iban a la universidad.
¿Lo que no podía superar? El final. Era verdaderamente deprimente haberme hecho la mejor amiga del personaje principal que sufría la injusticia de haber sido acusada de un robo que no hizo y desesperada buscaba a su familiar perdido para poder separarse de su esposo que había resultado un hombre malo y misterioso. En medio de ese andrajoso enredo yo ya la quería, me había encariñado con ella, me sentía ella y aprendía de su fuerza y su valor. Tanto que llevaba su ejemplo a mi vida diaria y valiente enfrentaba mi “tenebroso” mundo de secundaria.
Por eso era y sigue siendo muy difícil para mí llegar al final. Esa última hoja donde por más que sea feliz descubres que ella no existe y que fue un libro y que nunca más va a estar contigo. Se despide por haber compartido momentos de desvelo e incertidumbre y al cerrar el libro es como si sólo hubiera sido un sueño. ¡Me ponía tan triste! Enseguida comenzaba a leer otro pero decía “Nadie como Anabelle”. “Nadie como Josephine”, “Nadie como…” . Pero continuaba la lectura y de pronto me enamoraba nuevamente del personaje y lo adoptaba como mío, como si fuera una de mis muñecas.
Así pasaba el tiempo y nunca logré descifrar por qué los libros coincidían con lo que estaba viviendo. Era algo extraño pero tal vez no exactamente me pasaban las mismas cosas que al personaje, pero sí coincidían los sentimientos. Entonces me emocionaba saber que no estaba sola y que alguien más ya había pasado por esto. Y de pronto fue como sin darme cuenta necesité más espiritualidad y combiné mis bocados de páginas y desde ese entonces lo llamo “Lo dulce y salado” porque siempre estoy leyendo un libro que me haga ser mejor persona o trabajar en alguna “Zona errónea” o me de “Hojas de ruta” y una novela donde un personaje me intrigue y hagamos estupideces que no tienen que ver con reflexionar sobre quién soy y de dónde vengo.
Me divierte esa dualidad entre el drama de la novela y las frases que subrayo del otro libro de superación personal y éxito. Y no hay nada más increíble que tener esa conexión con la persona detrás de las letras: El autor.
Porque ahora sé que esos personajes no existen (aunque a veces lo sigo dudando) pero sé que existen quienes escribieron y quienes se desvelaron pensando en lo que yo iba a pensar al leer o si me iba a sentir cómoda y si iba a llegar a esa página. Porque créanme, no he entrevistado a ningún escritor en específico y le he preguntado si piensa en sus lectores pero ¿en qué trabajo no les van a interesar sus clientes? Tiernas y sabias cabecitas que de entre todas las cosas que pueden estar haciendo, deciden leerte. ¡Que increíble es eso! ¿Cómo no pensar en ellos?
Entonces de algún modo me siento importante porque Paulo Coelho alguna vez se preguntó si alguien como yo estaba entendiendo su libro y las ansias de Verónica por morir y yo al mismo tiempo quería decirle que claro que lo estaba entendiendo y más de lo que él se imaginaba. O cuando Jane Austen enamoraba con sus diálogos entre Mr. Darcy y Elizabeth Bennet, quería decirle que yo quería exactamente lo mismo, que el romanticismo de este milenio para mí estaba prácticamente muerto pero que había una lucecita gracias a que me aferraba a los diálogos de Orgullo y Prejuicio que fueron escritos más de ciento cincuenta años antes de que yo naciera.
¿Cómo no enamorarse de un libro o de un autor? ¿Cómo no aprender de ellos? ¡No podría terminar de hablar de lo que un libro ha traído a mi vida! Es más, la mayoría de mis consejos cuando estoy con una amiga que anda volando bajo siempre empiezan con un “leí en un libro que…”  porque de algún modo me da fuerza escuchar la experiencia de los demás y la transmito y la hago mía porque de algún modo tengo la certeza de que podría pararme en una montaña, extender los brazos y aceptar que los libros me cambiaron la vida.
Hace poco fui con Úrsula a un curso de esos de superación y de “si se puede”. El orador comenzó con una pregunta, no recuerdo cuál era exactamente pero más o menos decía “¿Crees que hay algo que te transformó tu vida de tal forma que ahora eres diferente gracias a eso? ¿Recuerdas algún hecho que te hizo mejorar de tal modo que a la fecha no has dejado de desanimarte porque esa gasolina que te inyectó el momento sigue influenciándote?” Nadie levantó la mano y yo tampoco quería para no contradecirlo porque creo que no quería que la levantáramos pero lo hice y me convertí en la “Contreras Medellín” de su curso y seguro deseó no haberme tenido sentadita ahí pero levanté la mano y dije que los libros me habían cambiado.

-       ¿Dime una frase que leíste en un libro que te cambió? – Me dijo. Y en ese momento mi mente en blanco no recordó ninguna.
-       Sólo sé que me cambiaron. –Dije.

Al llegar a mi casa y estar acostada en la cama me vinieron a la mente tantas frases como libros y pensé “Sí me cambiaron no importa que digan que no”.
No olvido la vez que vivía en Playa del Carmen y sentada en la arena escuchando una rave de fondo donde seguro se estaban dando un churro de marihuana yo leía con unos lentes de 50 pesos. En vez de estar en la fogatita me senté con mi caf
é y en la arena me encontré con una frase que no voy a olvidar:
“A veces es más difícil superar un divorcio o una separación en vida que una muerte, porque cuando alguien muere de algún modo nos consuela el hecho de que sabemos que no vamos a volver a verlo y que el destino así lo quiso, pero es abruptamente desgastante saber que aquella persona que consideraste el amor de tu vida o tal vez todavía lo consideras, sigue vivo y están separados…” Ahí, en medio de lo que acababa de escuchar y las olas del mar de fondo, lloré poquito con Elizabeth Kubler Ross y sus “Lecciones de vida”.
Y cuando Paulo Coelho me dejó saber que existe un “otro yo” y que ese “otro yo” actúa dentro de nosotros cuando nuestro “verdadero yo” tiene miedo, y sale a relucir mostrando su agresividad e impotencia, como si no tuviera miedo de nada, como si fuera un perro chihuahueño que se siente amenazado y se pone a ladrar como loco para que vean que no tiene medio, de igual modo, cada que tengo miedo de algo y me pongo en ese plan, me acuerdo del “otro yo” del capítulo de “A orillas del río piedra me senté y lloré” y me acuerdo que en Manzanillo cuando lo leía, yo también lloré al sentirme tan identificada y sin vergüenza me quité la armadura ante el escritor, y seguí leyéndolo sabiéndome vulnerable y creyendo que en algún lado del mundo Paulo había escrito eso especialmente para que lo leyera aquella tarde en aquel lugar.
O cuando leyendo el “Mundo de Sofía” me di cuenta que mi profe de filosofía tanto tiempo quiso decirme algo tan hermoso y no quise aprender. Me negaba a poner atención y lanzaba papelitos. Y fue tiempo después que al toparme con ese libro entendí que la filosofía es amor por cuestionarse la vida y que un filósofo es un niño curioso y que el hombre ha cambiado de formas de pensar como estrellas en el cielo y que las guerras no son más que fruto del miedo de que otro se imponga primero. Y que la vida es más sencilla de lo que pensamos, y que a cada acción corresponde una reacción, en la física y en la vida. Y que si pierdes la capacidad de asombro es como si estuvieras muerto. Y que el amor por la sabiduría no tiene que ser tan profesional y metódico, es algo de todos los días.
Todavía me acuerdo en una página de en medio de ese gordo libro que hablaban de la existencia de Dios. No me acuerdo si fue Santo Tomás de Aquino o algún otro pensador que dijo que si Dios existe, existe. Porque Dios lo definía como un súper héroe que tenía todos los superpoderes de todos los súper héroes juntos. Entonces él decía que si Dios existía, tenía que tener todas las cualidades que existen, y una cualidad sería la propia existencia. Entonces decía “Si Dios existe, existe.” Estaba yo en un hotel no me acuerdo dónde en una sesión de fotos para no me acuerdo qué publicidad. Era de noche y lo leía en el cuarto después de bañarme y después entró Erika la coordinadora de modas y le dije, siéntate, quiero decirte que si Dios existe, existe.  No sé si ella ya lo olvidó pero yo no pude dejar de pensar en ese cuestionamiento. Y como muchos otros libros, me cambió la vida.
Lo que quiero decir hasta ahora es que leer es increíble. Es un hábito que te hace crecer más de lo que piensas, interiorizar y cambiar de enfoques. Es también ver como poco a poco vas adentrándote en un mundo de letras donde ves como avanzas y hueles las hojas antes de dormir cuando decides en qué página te vas a quedar porque tus ojos ya están secos de tanto leer. Eso es algo que me llena el alma. Y como me gusta compartir las cosas que me hacen feliz, escribo esto porque quiero que lo hagas también.
Es bueno tener hábitos y la lectura puede ser uno de ellos. Una acción se convierte en hábito cuando lo haces 21 días, al menos eso dicen, entonces, leer media hora antes de dormir por 21 días podría hacerse una costumbre que llegue a practicarse meses y años enteros. Porque retomar un hábito bueno es trabajoso al principio porque la disciplina está de por medio, pero una vez agarrándole el hilo (que son 21 días) es cuando comienza a ser divertido y cuando menos lo piensas ya leíste un libro al mes o más, a diferencia del promedio del mexicano que es un libro al año.
Eso hice hace dos años, me prometí leer un libro por mes e iba muy bien hasta que me atrasé porque escogí uno gordo y en diciembre me faltaba uno para sumar los doce así que compré La Bruja de Portobello que completaba una trilogía y lo empecé a leer dos días antes de año nuevo. Encerrada estuve sin hacer nada un día entero leyendo y al día siguiente a medio día lo terminé, me bajé a ayudar con la cena y a final de año me sentí feliz de haber cumplido con los doce. No lo he vuelto a hacer pero pensé que este año podríamos empezar juntos.
Ya va a ser enero pronto y la Feria Internacional del Libro empieza del 26 de noviembre al 4 de diciembre y lo mejor es que celebra sus 25 años (ya platicaré más delante de la FIL) pero pensé que podemos prepararnos para que en enero ya sea un hábito, empezar a preguntar por autores o buscar libros que se nos hagan interesantes y seleccionar nuestros doce libros de este año. Ir a la FIL a conocer autores y empaparnos de letras que no hacen más que liberarnos. No sé si me explico con tanta descripción y revoltura de sentimientos pero en pocas palabras quiero que ames la lectura (que no dudo ya lo hagan y más bien me lo esté queriendo decir a mí misma) pero bueno, quiero que todo mundo la ame porque creo que no debe subestimarse nunca. Si entre nosotros nos inculcamos cosas buenas que mejor, porque a veces hace falta que nos den un empujoncito. No sé, en mi corta carrera como escritora he aprendido que la conexión con el mundo me hace feliz, que saberme leída y leer es como corresponder a un “otro” que también se siente conectado. Que muchas veces hemos perdido estos momentos de estar con nosotros y con el autor y emprender un viaje desconectándonos de todo porque la tecnología de hoy en día nomás le hace falta que te vibren las pompis cuando te habla tu abuelita y el codo cuando te habla el vecino con un aparato mejor que salió hace tres meses y que otro lo mejorará mañana. Pero  por más que nos volvamos más tecnológicos, nada superará el olor de las hojas, la lámpara encendida y tu atención a una sola cosa, un buen libro. Te lo prometo.

Los dejo con unas frases y pics que me encontré en internet. (Dejen sus comentarios, me gusta leerlos).

La lectura nos permite estar siempre acompañados, aunque también respeta nuestra soledad.
La lectura mejora la visión de las cosas y permite ver lo que antes nunca se había visto.
La persona que lee logra desarrollar una NUEVA CONCIENCIA a través de la cual tiene la opción de decir cosas agradables, interesantes y generadoras de energía para sus semejantes.
La lectura puede ser un camino para la paz.
Buscar un lugar dónde leer agusto es parte importante de que puedas concentrarte y que te guste la lectura.
¡Leer es viajar gratis! Es una riqueza que se lleva a todas partes sin ostentar.
En las historias nada es imposible.
Una persona que lee entiende pensamientos y sentimientos del otro lo que genera la empatía.

La lectura también nos acerca a la autocomprensión y a desarrollar una nueva conciencia.
La lectura nos transporta gratuitamente a través de todo el espacio y todo el tiempo.


Biografía y fotos
http://uvejota.com/articles/146/cien-beneficios-de-la-lectura
http://www.nuevaconciencia.com.mx/personaQueLee.cfm
www.vi.sualize.us

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