Dedicado a mi hermana y mi madrina Flor.
Me acuerdo de mi infancia y mis diferentes facetas de
berrinches:
1.- Egoísta cuando estaba comiéndome los dulces del bolo de
la fiesta pasada a la que David no fue… y obvio no le daba.
2.- Berrinchuda con mi mamá cuando nomás porque me daba la
gana no quería que se saliera con la suya y le gritaba feo aunque al mismo
tiempo que lo hacía me estaba doliendo…
3.- Contestona con mi papá cuando me regañaba…
4.- Terca en no quitarme del piano porque sabía que Juan
Pablo lo quería pero “yo lo estaba usando” y la verdad era que ya quería irme
porque ya estaban las Tortugas Ninja pero tenía que molestar otro ratito.
Y así, montándome en un burro en el que ahora me tenía que
pasear se me fueron varias horas de mi vida y se escaparon distintos momentos
que no me culpo pero sí soy conscientes de ellos… y hace poco, en específico,
se me vino uno muy especial a la mente:
Una mañana mi mamá había ido al súper sólo conmigo (cuando
no iban ni David ni Efraín ni Juan Pablo, te consentía más) y me compró el
paquete de los cinco Yakults… yo no quería darle a nadie, obvy, era lo último
que estaba en mi lista…
Mientras, David me veía con una cara tierna que a esta edad
me la hubiera hecho y le daba todos mis Yakults, pero en ese momento éramos
rivales en busca de la atención maternal y yo había ganado, así que: sorry not
sorry.
Entonces Flor mi hermana, que en ese tiempo estaba creo que
gravemente enferma (nunca supe el nivel pero le daban quimioterapias al mismo
tiempo que mi mamá) me pidió un Yakult. Dios, que difícil situación, pero para
una niña inteligente como yo tomó la decisión correcta y le contestó: No, son
míos.
Subí a mi cuarto orgullosa de defender mi patrimonio y en
eso escuché el grito de mi mamá… bajé y Flor se estaba desvanenciendo…
Teníamos unas sillas de plástico blancas que usábamos para
la terraza - o ese fue el fin
primordial por el que las compramos -
pero la verdad éramos tantas personas siempre en la casa que acabaron
intercaladas con las de madera en el comedor.
Ella estaba sentada en una de las famosas sillas de plástico
y los ojos se le fueron para arriba… y comenzó a desvanecerse… le pesaba su
cara y aflojó el cuello y abrió la mandíbula y la silla comenzó a abrirse de
las patas y mi mamá, que también estaba enferma y no tenía casi fuerzas, trató
de sostenerla y le agarró la mandíbula y la cacheteaba: ¡Hija! ¡Hija! ¡Flor!
¡Despierta!
Mi shock emocional me impidió continuar viendo la escena y
subí inmediatamente las literas…
Estando en mi cama (la de abajo porque iba al baño en las
noches como 5 veces y Rocío había escogido la de arriba), comencé a
desesperarme, como un ataque de pánico… me sentí culpable porque tuve la
creencia de que un Yakult le habría subido el azúcar o algo… entonces quería
por todos los medios tener el poder de solucionar el mundo pero no podía y le
grité a Dios muy fuerte, regañándolo porque siempre he sido altanera con quien
menos debo…
Entonces sin pensarlo arrojé mi cabeza contra el borde de
arriba de la litera golpeándome, fue hasta la segunda vez que funcionó. La cosa
es que no podía con la situación - y de hecho, ahora que la escribo se me hace
nudo en la garganta -porque pasa que cuando escribo viajo al pasado tan exacto
que vuelvo a sentir lo mismo para poder describirlo tal cual lo percibo en este
viaje. Y sí, quería tener el poder de comprar toda la fábrica de Yakults para
Flor y al estar frustrada me pegué en la cabeza con la litera para llamar la
atención.
Dios, a veces no te das
cuenta el amor tan infinito que le tienes a las personas hasta que las ves
desvanecerse… y pasa más con los hermanos, a los que les hablas frío por
teléfono a diferencia de un desconocido que habla de un banco. Pero parece que
la ley de la vida es ser un poco más gañanes con los hermanos porque son eso:
hermanos… y aguantamos como “broders” porque nunca dejamos de serlo. Es hermoso
tener testigos de nuestros años de juego, nos peleemos las veces que sean.
Volviendo a la escena que me estaba carcomiendo… me remonté en mi
dolor de cabeza al estrellarme contra la litera - aunque soy sincera no fue tan
fuerte que el dolor del pecho - y mi mamá al oir mi grito, me gritó ¿Lucía qué
pasó?
Lo que había pasado
es que había descubierto el verdadero significado de las cosas. Los ojos se me
habían abierto a las proporciones correctas de lo que debo darle a lo que
verdaderamente importa.
Bajé y le dije a mi mamá que me había pegado… Flor ya había
abierto los ojillos. Ya tenía un poco más chapeteados los cachetes y ya se
reía… se reía de haberse desmayado y mi mamá decía “¡Qué buen susto nos
sacaste!” Riendo un poco también, y el drama había pasado a risa, para ellas,
yo, Lucía o Garrapata como me decía mi papá: estaba trau, ma, da.
Nunca había visto a una persona desmayarse…
Sin embargo, me sentía una tonta si admitía que había
sentido que la vida se me escapaba de las manos con ese suceso así que no me di
permiso de admitir que lloraba por ella y seguí con mi teoría de que me había
golpeado en la cabeza… me pregunto si mi mamá la creyó.
“Flor, te doy todos los Yakults que quieras…” Dije llorando
mientras los saqué del refri, “Pero por favor no vuelvas a desmayarte.” Y me
solté llorando aún más y de puritito sentimiento y mi mamá se rió con respeto
pero ya todo daba risa… a ellas, repito, yo seguía trau, ma, da.
Hoy en día, Flor está mejor que nadie de salud y como ya no
estoy en mood de “se está desvaneciendo” pues vuelvo al rol de hermana y de ser
menos comunicativa y esas cosas que hacen las hermanas que se creen eternas
adolescentes como yo.
Y cuando uno ya no tiene ese momento clímax donde un
flashazo de la vida te apunta hacia lo que verdaderamente importa uno, o al
menos yo, vuelvo a un poquito de superficialidad, a no convidarle dulces a
David y a ser de repente grosera con la vida para empezar… o como mi mamá y
Flor cuando ya pasó el susto: “pos” me río.
Pero en esos momentos es necesario llorar hasta que duela la
cabeza, llorar de coraje más que de tristeza, llorar por un problema que tal
vez no existe pero te afecta, sacar una furia aunque sea al viento… porque
quedarse con un dolor duele el doble…
Y así era mi vida de berrinches cuando Lucía explotaba de
egoísmo pero luego la vida le enseñaba lo que verdaderamente importa.
De hecho, me acuerdo tantas veces bajándome del coche cuando
mi mamá ya no me aguantaba y me dejaba ahí una vuelta a la manzana y se me iba
la vida, me entraba ese “lo que verdaderamente importa” y regresaba implorando
su perdón… me acuerdo de David una vez que creció mucho en pocos meses (ahora
mide dos metros, él corrige “1.98”) y se pegó en la parte de arriba de la
puerta porque no calculó su propia estatura y se cayó al piso… ¡Uff! En ese
momento podía haberle regalado todos los dulces de todas las piñatas…
Y cuando me peleaba con mi mamá porque me ponía a arreglar
mi cuarto (injusticia total…) y después caía una tormenta y al primer rayo
estaba al lado de ella pidiéndole a la naturaleza que por favor el mundo no se
acabara ese día…
Las tormentas me recordaban al diluvio de Noé y pensaba que
tal vez yo había sido mala y que merecía todo esto e iba a morir y un rayo
aniquilaría a toda mi casa… entonces abrazaba a mi mamá sin importarme tres
cominos si me había peleado y la estaba privando de la exquisitez de mi
presencia, castigándola con el látigo de mi desprecio durante dos largos
minutos y medio.
Es entonces cuando también me entraba otra dosis de “lo que
verdaderamente importa” y abrazadas veíamos la lluvia y llegaba David y le
compartía un brazo de mi mamá, no importaba… lo que importaba era lo que
verdaderamente importa.
Es por eso que a veces que me siento un poco triste o nostálgica
o un miedo invade mi corazón, descubro que esa situación me devuelve la visión
a lo que verdaderamente me hace feliz, me hace priorizar y darme cuenta que tal
vez el sueño que persigo no tiene nada que ver con lo que verdaderamente
importa… que tal vez el niño que me roba el sueño me está robando también
tiempo con mi familia, con quienes verdaderamente quieren compartir su tiempo
conmigo y así sucesivamente…
No es tan malo no sentirse tan bien. Lo importante es
entender que los sentimientos son visitas que entran a nuestra casa, nos
enseñan algo y luego se van, lo importante es aprender a apreciar lo que
tenemos sin la necesidad de que se alejen de nuestro lado para valorarlo. La
salud, la damos por sentado, si el clima es cálido queremos frío y si hace frío
queremos calor, el caso es que nos hace falta descubrir que no nos hace falta
nada, sólo bajarle tres rayitas a nuestra visión difusa que no nos enfoca a lo
que verdaderamente importa…
Ojalá que este
escrito te haya movido algún tipo de sentimiento que te lleve a algún tipo de acción
que te haga más feliz. La verdad es que en el mundo de la escritura grandes
personajes literatos basaron sus letras en la tristeza, el
dolor, la nostalgia… y he estado intentando escribir desde la plenitud también,
retar a la inspiración a que llegue también cuando estoy de buenas… y en ese
contentismo repetirte: ojalá que te haya movido algún tipo de sentimiento que
te lleve a algún tipo de acción…
Eso sería para mí una gran noticia, de que vale la pena
siempre esconderme en este rincón para decirte esta y un mil cosas más. De que tú sí puedes apreciar lo que
verdaderamente importa sin tener que perderlo.
Los quiero… y si creen que compartir estas palabras con
alguien más le pueda servir, lo agradecería mucho… hasta pronto… ¡Saludos Flor! ¡Cheno pillo!
Lucia
ResponderEliminares una gran verdad como ponemos tantos esfuerzos en novios amigos etc algunos en vano y no vemos que la familia ahi esta siempre esperando algo de platicas de atencion de amor etc... por eso dice el dicho: no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, y es mejor no aplicar ese dicho en la vida.
Fue un gusto leer tu articulo, tenia tiempo sin leerte y sabes que, me hiciste conmoverme y reflexionar, pensar en mis seres queridos y en el respeto y amor que en momentos he dejado de darlo.
ResponderEliminarUn saludos =]