lunes, 13 de octubre de 2014

DÍA NUEVE.




Amanecí pensando en la palabra anular, curiosamente lleva el mismo nombre del dedo donde nos ponemos el anillo cuando nos casamos: Dedo anular. ¿Coincidencia? No lo creo… del todo. Los matrimonios funcionan de dinámicas tan personales que dudo sea el caso general… pero sí pasa. 

Llámese, noviazgo, viven juntos o son marido y mujer, al compenetrarnos con otra persona hay un choque de dos almas q
ue han sabido arreglárselas por la vida con herramientas que tal vez al otro no le gusten o le hagan daño. 

Pero tranquiqui, nos estamos fusionando y evidentemente va a haber choques culturales, de sexo y personalidad pero ¿Por qué chocamos? ¡Porque nos estamos uniendo! Come on! Es natural… 

¿Qué pasa en esa unión? Quiero seguir siendo yo pero te quiero y cedo, pero ¿hasta qué punto desaparecemos? Me queda claro que el amor te hace desprenderte de todo, de entregarte como gordita en tobogán pero tenemos la responzabilidad con z de zazcalez, de no anularnos… como el dedo del anillo.

¿Qué nos queda? Vivir esa experiencia de autoconocimiento, hacerle caso a las intuiciones y trabajar en equipo. Entender que la otra persona está viviendo lo mismo y necesitará una fuente inagotable de empatía. 

El objetivo final será conocerse tan bien que sepan las mil y un combinaciones que tienen para acurrucarse, poner un colchoncito en las esquinas donde se lastiman y disfrutar la explosión mágica que pasa con los elementos químicos que cada uno tiene. Ninguno tiene que asimilarse al otro y esa es tarea de los dos pero de primera instancia es una responsabilidad personal. Si todo esto pasa, estoy segura que un día el dedo del anillo se llamará de otra forma...

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