viernes, 10 de octubre de 2014

Hola, les habla mi niña interior.




Es bien difícil ser sincera conmigo y honesta con mis sentimientos, y después me es difícil ser sincera en mis letras. Decir exactamente lo que siento a veces me resulta como un niño al que le preguntas qué significa algo y te contesta con sus dos o tres palabras del vocabulario de un niño pequeño.

Deducir o sacar conclusiones o entender algo es todo un proceso. Y luego por otro lado no me gusta detenerme a analizar todo porque me olvido de vivir, entonces entre lo que encuentro una medida exacta entre esconderme a pensar o salir a hablar de lo que siento, se me van algunos buenos momentos…

Estoy entre esa línea delgada entre ser yo y alejarme del mundo para estar solita conmigo como cuando jugaba a las barbies y hablaba sola, o, relajarme un poco y jugar un partido de “kitbol” como jugábamos en la casa de mi tía Olga los domingos.

¡Únete! Me dice de pronto mi sistema nervioso invitándome a relajarme y tener una conversación con el mundo, comer entre amigos y reír y acordarme de que no todo en la vida es reflexionar… y después en las noches mi Lucía intensa me pide que hablemos de todos los porqués del mundo, haciendo viajes mentales a mi pasado y pensando en mi futuro… es realmente desgastante.

Pero no recuerdo haber sido de otra manera… desde que tengo poquitos años hacía preguntas raras… ¿Mamá si la fe mueve las montañas quiere decir que si me aviento del balcón queriendo volar y realmente lo quiero vuelo? ¿Mamá si el cielo es para siempre me da miedo el para siempre, no puede terminarse algún día? ¿Mamá, si le pido a Dios que reviva mi muñeca crees que pueda vivir?


Quería ser mamá desde niña, me gustaban mucho las muñecas y abrazarlas y las llevaba al súper. Y también quería ser algo así como una gran protagonista y en mi egocentrismo me gustaba jugar sola… teníamos una caja de disfraces que usábamos después de comer mientras mis papás dormían su obligatoria siesta de 3 a 4.

-       ¡Lucía tú ve por los disfraces te toca!

Iba de puntitas de su cuarto al baño, Efraín me esperaba y observaba mis movimientos… yo agarraba la caja veía que estuvieran los principales: “Frankistein” caperucita y trapos para usar. Los disfraces tenían un olor muy particular, a viejo, a listón dorado desgastado… a disfraz.

Cuando tenía la capa de caperucita puesta y estaba en el jardín era simplemente la grandeza más gigantesca que una niña podía sentir… tocaba los árboles y caminaba como princesa según yo y hacía mil y un fantasías en mi cabeza y en mi juego no existía nadie más que yo y una historia inventada… hoy que soy grande y veo cuando mis sobrinas juegan me boto de la risa, le hablo a alguien para que las espiemos juntas hablando solas, es chistosísimo, seguro mi mamá desde el balcón se aventó unas mías… que risa…

Y pensar en ello me recuerda a que no se parece nada mi pasado comparándolo con el dolor de cuello que desde hace dos meses no me deja en paz…

He pensado en esos días últimamente… es como si estos dos meses mi niña interior y yo estuviéramos con la capa roja teletransportándonos al jardín de mi casa con los árboles de mandarina, “abuacate” y limón… con el olor a pasto por el calor y Lucas siguiéndome a todos lados mientras jugaba sin ladrar, quietecito, como si entendiera el poder de mi fantasía y la seriedad de mi juego…

Después iba a misa de los Xaverianos pero los de Altamira… Yo amo los de Yaquis pero en Altamira jugaba a que era un castillo y yo vivía en el siglo 18 entonces me ponía el vestido más hampón cosa que hacía feliz a mi mamá porque las otras niñas de mi escuela nunca querían, pero yo accedía porque viajaba en el tiempo y necesitaba una falda amplia, así que no se lo decía y le daba gusto, pum, mataba dos pájaros de un tiro. Y no estaba tan chiquita, pero seguía en mi mundo y nada me lo impedía…

Caminaba lento como en las películas viendo cuadros y redactaba una novela en mi cabeza… que si yo era huérfana y me llevaban a vivir a esa casa, que si yo era institutriz e iba a conocer a mis niños que iba a cuidar… que si iba a conocer a mis padres después de que nos habían separado por la guerra. Sí, creaba una atmósfera dramática donde algo estaba a punto de pasar. Luego saludaba a los padres de ahí y me hacía la que estaba normal, pero yo estaba en medio de mi juego.

Y así me he sentido estos días… trabajando pero en mi mundo, en un bar echando platiquita pero en mi mundo… pensando, pensando cosas que hasta me dan miedo.

Saludando a gente como saludaba a los padres, pero queriendo inmediatamente estar de vuelta conmigo misma pensando algo más… sensible, sensible a la música que es la única que me hace sincerarme un poco y llorar.

Es cuando entiendo que no importa ser yo con todo lo que las consecuencias conlleven, lo que importa es no hacerme a un lado. Es decir, estos días he dejado correr y jugar a mi niña interior y la he respetado con todas esas fantasías que a veces causan dolor cuando no se ven echas en la realidad, cuando probablemente la mujer que soy la defraudan un poco pero trato de calmarla y decirle que aunque no tenemos un príncipe y no somos mamás como ella hubiese querido, nos hemos salido con la nuestra.

Y es cuando encuentro que así es la vida, aprendes a salirte con la tuya, aprendes a jugar con el trapo que te den, aprendes a crear tu mundo en la situación en la que te encuentres y que las fantasías en la mente también se cumplen a modo de juego… que en mis letras puedo crear miles de príncipes azules con novelas que sólo en mi mente viven y que mi felicidad está a tope incluso en medio de la tristeza.

La plenitud es eso, jugar con lo que tienes. Es por eso que estoy bien. Abrazo a mi niña y le hago cosquillas y le digo “esto es lo que hay ¿qué haremos con lo que sí tenemos?”

-       Bueno, vamos a jugar a escribir – me dice con esa voz chillante de niña chiquita- vamos a intentar olvidarnos de lo que no ha llegado y comprar unos cojines nuevos para nuestro edredón… vamos comprándonos una falda de tul que se parezca a las del siglo 18 –sigue hablando y se inspira - vamos escribiendo un libro… vamos jugando a que mi mamá nos escucha y hablando con ella en las noches… y que nos abrazaba y nos contaba un cuento para dormir… ¡Sí! Y luego que en la mañana nos hacía desayuno al “cabos” yo sé cómo preparaba los huevitos. Y que teníamos el pelo bien largo y que nuestro coche era uno de esos antiguos… y que… y que… ¡Y que vamos a Europa y nos paseamos con faldita! ¡Ya sé! Hay que dar una conferencia y decirle a los demás que también jueguen con tu niña interior… y entonces tener a muchas personas con quién jugar…


Así habla mi niña y yo me río. Imito su despreocupación por la vida y trato de no pensar en cosas que me roben mi energía… y creamos un mundo donde no importa ir en contra de la corriente… donde sea necesitaremos ella y yo un espacio pequeñito para existir y con lo que tengamos estamos bien…

Eso creo hoy, aunque estos días me hayan dolido mucho, me aprietan el corazón no sé por qué y me pongo bien pinches triste. No entiendo qué me pasó pero sí sé que mi niña quería decirme algo y le tomó tiempo de explicarme. Ayer en la noche lo entendí, estaba sonriendo, veía a mi alrededor y ella empezó a hablar:

No pasa nada, no te preocupes tanto, así se te va a quitar tu dolor del cuello, vive un poquito más como yo anda… las cosas no van mal ¿Por qué tan apachurrado el corazón? Tenemos muchas cosas con las cuales jugar, nuestras letras, nuestros chistes que subimos a instagram que nos hacen reír horas… ver una película juntas, dejar que nos crezca el pelo… oír música…

Tenemos muchos amigos bien buenos Lucía, ellos nos van a ayudar si algo nos pasa… nuestra familia está bien padre, tenemos muchos bebés con los cuales jugar que sí nos entienden nuestras cosas. Tenemos música…

Ella y yo sabemos que la música nos calma y nos hace drenar nuestros berrinches, yo fui una niña muy berrinchuda. Mi mamá a veces decía “hay ya hazle como puedas” se rendía ante mis berrinches, eran muchos niños que atender y yo era muy demandante… pero mis hermanas mayores entraban en acción cuando estaba caliente de berrinche, roja, rompiendo unos lentes de corazones o rascándome las medias que me quería quitar porque me picaban, retorciéndome en la sala…

O cuando mi mamá no me podía calmar los berrinches Flor me ayudaba, ella es la más grande pero entiende perfectamente a los niños, es la mejor en eso, es de las que saben jugar con su niña interior y también reírse de las cosas simples así que encontró una solución… audífonos… me decía que cuando tenía berrinche o estaba enfadada me ponía unos audífonos grandotes y empezaba a escuchar la música y me reía y así podía estar horas…

Yo con los audífonos después de un berrinche.

Y hasta la fecha lo hago, de hecho me encuentro con unos audífonos enormes mientras escribo y así es como me concentro… entonces después de todo… ¿Qué es lo que me aflige? Pensé ayer.

No tengo nada en contra de que los seres humanos nos sintamos en crisis existencial de vez en cuando, de hecho, es ahí donde adquirimos la sensibilidad para escuchar a nuestra voz interior y seguir adelante, es sólo que no encontré la causa de esta tristeza y mi niña me dijo “¿Y por qué tendrías que encontrarla?” Así que nos sentimos tristes las dos y dejamos que esa tristeza se quedara un ratito para sentirla… así como cuando sentía la música.

Y así logré sincerarme. Sí, tengo miedo a veces de vivir, proclamo que estoy enamorada de la vida pero eso no quita que de pronto la angustia o algo de tristeza o un poco de berrinche me invada. Es parte de la vida también. Son procesos, son acomodos de las capas tectónicas… son días nostálgicos que en suma te suman.

Sabiendo que no estoy en mi totalidad sola (tengo a esa niña todavía) y que mientras haya cosas podemos jugar… vuelvo al juego. Un juego serio. Una fantasía propia, un campo de acción infinito donde encuentro que el ser humano tiene muchas limitantes porque sólo se las provoca… ahí están las letras para usarlas cuando quiera… ahí está la foto de mi mamá para abrazarla cuando queramos y yo ya puedo leerme cuentos en la noche solita y hacerme de cenar… así que dentro de todo, en este juego serio, quería decirles que estamos bien.

-       ¡Sí estamos bien gracias adiós! – ¡Lucía ándale vamos a jugar a la oficina que todavía tenemos cosas que hacer! ¿Me prestas tus marcatextos de colores?

Dios, discúlpeme tengo que irme, esta niña me trae en friega, me hace reír y la escucho hablar y pienso... sí, no pude ser de otra manera.

































4 comentarios:

  1. Me ha tranquilizado el leer esto, Lucía. Pronto llegará el príncipe y el bebé; sólo que como sé con todo el corazón que la decisión más importante de nuestras vidas y de la eternidad es con quién nos casaremos, pues entonces la cosa es ir con calma, que sólo Dios sabe cuál es tu momento idóneo para que ocurra. Te mando muchos besos, y puedo decirte que aunque nunca nos hemos visto, te quiero y te aprecio. Yo sé que un día nos toparemos :)

    ResponderEliminar
  2. Lucia me encanto tu post, al fin me siento identificada con alguien, se que no estoy sola en esta manera de ser que tengo que aveces me agobia de tanto pensar que no disfruto la vida, pero es cierto, tenemos que reconciliarnos con nuestra niña interior creo que tenemos que estar más en contacto con ella, amarla quererla y tenerle paciencia y sobre todo cuidarla, porque cuidarla a ella es amarnos a nosotras mismas y aceptarnos tambien.

    ResponderEliminar
  3. Como siempre, fue perfecto muchas gracias por darme las palabras que necesitaba leer para no olvidar quien soy y que aunque parezca estoy sola también tengo a esa pequeña niña preguntona que juega sola Jenga(: ¡soy tu flan!

    ResponderEliminar
  4. lucia!
    al mismo tiempo de leerte recordaba mis juegos y fantasias de niña!! creo que es la magia mas pura del ser humano!!

    ResponderEliminar

Deja tu comentario, es lo más sabroso de escribir... :)