jueves, 10 de abril de 2014

HASTA DONDE YO VAYA


Como les platiqué en la otra historia, durante mi viaje a Europa tomé fotos de momentos, de retratos de personas donde una actividad me llamó la atención y sin que se dieran cuenta les di click. Y como en mis clases de literatura me han pedido que hable de historias de ficción (es decir de cosas que no pasaron porque en Lucía la de Flor hablo de mis vivencias), les comparto esta segunda historia... con todo mi cariño del mundo mundial adiós.


¿Es acaso que cuando uno se siente tan sola tiende a valer menos? 
¿Cómo no confundir lo que es el amor cuando no lo has sentido del todo?



-        Morí - le dije.
-        ¿Cómo puedes morir? - Me dijo.
-        Se murió una parte en mí que es lo mismo. - Le dije.
-        ¿Cómo pasó eso? - Me dijo, y la oleada de recuerdos se postró en esa lluviosa ventana.
-        ¿Tienes tiempo? Le dije. Enseguida se levantó a poner café.
-        La última vez que tuve algo que hacer para mi placer mi Eduardo vivía. Déjame recordar un poco cómo sentía el amor a través de tu historia… - Me dijo. -  Miré otra vez la ventana y luego sus ojos y empecé:

                Al fin todo lo que quería se postró a mis pies en los inicios del año 97 cuando después de creer que no merecía ser feliz un hombre llegó a demostrarme lo contrario. “¿Un hombre?” Me dijo con ese tono feminista que la caracterizaba.

                Un hombre, repetí fuertemente y sin suspirar, entonces le tomé al café. Se me calentó la lengua, no por la temperatura del agua, sino por convertir en palabras lo que tenía en las entrañas. ¿Qué provocó esta cascada de bondad sobre mi cabeza? ¿Por qué es que de un segundo a otro podemos tenerlo todo? Y es que tuve tanta suerte en el año de 1997 que lo único que me faltaba era comprar un boleto de lotería, porque estoy segura hubiera ganado el premio mayor.

                Todo comenzó cuando ese hombre apareció afuera del teatro. Se había quedado esperando a que me desmaquillara y no me di cuenta del tiempo hasta que al salir sólo estaba él. Dios, todo lo que pensé mientras me desmaquillaba, que la renta, que mi vida, estaba pensando en cualquier cosa menos que un pelirrojo esperaba afuera de mi camerino…

-          ¿Esperabas a Verónica? – Me referí a la actriz principal.
-          No. – Me dijo – te esperaba a ti.

Que cuatro palabras tan maravillosas, te esperaba a ti, claro que yo también lo esperaba a él con tantas ansias y al escucharlo pronunciar las palabras con esa voz tan ronca y tan exactamente así, me hizo sentir cuán perfecto podía ser un momento… hasta que me acordé de que al despintarme no había puesto nada en mi cara, estaba pálida, desinteresadamente joven y sin ningún color en la boca, así que inmediatamente me tapé con el pelo suelto y dejé que mis greñas cubrieran mi cara como algo accidental… “Qué rápido me oculté” suspiré.

-          ¿Cómo? – Interrumpió ella.
-          Nada, seguiré contando. - ¿Le iba a contar que desde el primer segundo de conocer a Octavio iba a admitir que ya tapaba mi cara y ya sentía que no era lo que él buscaba y ya lo descifraba para convertirme entonces en lo que él siempre quiso? Creo, en mi corazón, que mi primer desacierto fue reprobarme a mi misma antes de que comenzara la historia.

No pasaron ni dos semanas y ya habíamos hecho cosas de esposos, en la regadera, en mi cama, en mi camerino, había penetrado en poco tiempo, en todo lo sagrado que poseía, en cada templo de mi vida que había construido con mis propias manos… penetró mis sueños y dejó su olor en las sábanas, en mis victorias del telón que eran sólo mías, usurpó mis aplausos y peor aún, conquistó también el único lugar donde podía ser yo misma: en la regadera. ¿Qué me quedaba para mí? Si me había convertido en lo que él quería no había espacio para Marina Robles de la Tejeda. De nombre fuerte y débil carácter cuando un pelirrojo intentaba decidir qué hacer con ella. ¿Qué acaso un par de flores, abrazos y haberme arreglado la estufa bastaba para comprometer mi alma? ¿Cómo es que identificando al señor kriptonita de mi vida en vez de alejarme me enamoré de él?

Me era fiel, sí, era devoto a mí, claro, ¿Cómo no iba a guardarme devoción si sólo vivía para él? Rossy, te juro que no supe en qué momento perdí la cabeza. – Le dije sintiendo el agua en mis ojos, esa que se siente pero no sale.

-        Sí lo supiste. – Me dijo – La perdiste desde el principio, en el momento que agachaste la cabeza para cubrir tu cara despintada… desde el comienzo de la historia ya habías devaluado tu esencia. Él sólo llegó a tu vida. Tú ya eras de ese tamaño.

La lluvia seguía y yo tampoco pude parar de hablar y por cada gota yo soltaba mil palabras, le conté de nuestros días en Nueva York cuando me sacó de mi ignorancia y me enseñó otro país que no fuera México. Me sacó mi pasaporte con un amigo suyo que había conocido en la universidad y en un par de horas estaba aceptada legalmente para salir del país, pero no tenía ni un centavo y escuchando a Rossy, parecía que yo tampoco lo valía. ¿Es acaso que cuando uno se siente tan sola tiende a valer menos?

 Digamos que el teatro pagaba con emociones, con satisfacción, pero los aplausos no eran suficientes para pagar la renta así que en mis sueños no se encontraba salir del país, porque a veces para que podamos soñar con algo es necesario sentir un poco de posibilidad, uno sueña para arriba pero cuando uno está tan abajo, ese arriba puede ser el debajo de alguien más. Así que al ver la posibilidad de volar más alto que mis posibilidades, firmé sin ver las letras chiquitas, comprometiendo lo más valioso que poseía, mi corazón.

Todo fue así, yo seguí siendo como él quería que fuera, papel que como actriz desempeñaba muy bien, no podía permitirme el lujo de no tener las uñas arregladas, el pelo perfecto, la sonrisa blanca y los calcetines nuevos. ¿Cómo no mostrarme a la altura de un príncipe?

-          ¿A qué hora lo coronaste? – Interrumpió Rossy.
-          No lo sé. – Quise llorar. Quise llorar al escuchar que lo había coronado sin saberlo. ¿Era de sangre azul? No. ¿Era reconocido como un heroico soldado? Tampoco. ¿Tenía la fortuna más envidiable de la comarca? No le iba mal pero siendo sinceros, manejó el dinero de sus padres, no era mérito propio. Entonces ¿Cuándo fue que lo coronaste? – Me pregunté en silencio…

Entonces recordé que siempre he coronado al mundo, menos a mí… desde que nací siempre ha sido así, tal vez el hecho de que me quisieron abortar y no pudieron fue el principio del significado de mi historia… una sobreviviente y ya por eso, ya por el hecho de sentirme así, tenía que agradecer cada latido que otros daban por sentado… e interrumpiendo mi historia de Octavio, comencé con la mía:

Dicen que nací primero de los pies porque todo lo hice siempre al revés. Fui un intento de aborto tardío,  no me morí ni con las pastillas y en el pueblo no hubo más que dejar que naciera. La persona que se embarazó de mí no quiso verme nunca pero fui tan encantadora que al primer ojo de la enfermera fui suya para merecer habitar en Morelos 304 a un lado del hospital San Martín, donde vivía ella.  ¡Qué bonita debí haber sido para que me hubiera recogido a primera vista una mujer que no tenía más que frijoles! Y lo sé perfectamente porque a esa edad uno no tiene la melena larga como para agacharla y que se cubra la cara desnuda como lo había hecho al conquistar a Octavio, el pelirrojo más cotizado de… ¿Dónde decía que era?

Volví a mi tema:

Desde que tuve uso de razón la llamé mamá. No me interesó conocer a persona alguna que hubiera decidido matarme antes de vivir. Además, de una manera extraña, era igualita aquella enfermera. ¿Será que nos mimetizamos? Nadie cuestionó que Eugenia era mi madre, y mucho menos yo. Blanca, blanca. Ojos verdes, verdes. Más alta que los doctores. Siempre fue la partista más hermosa que pudo tener San Martín. Y no por sus pestañas, por sus caderas pronunciadas o su cabello castaño trenzado. No señor, era hermosa porque, a diferencia de mí, no bajaba la cabeza para agradar a nadie.
No sé qué hice para que le agradara mi cuerpecito rojo lleno de placenta aquella noche olvidada del 1 de enero de 1972. Fui un problema hasta para el médico que seguro tuvo que dejar su pavo a medio masticar. ¿Quién se cree que es? Seguro se preguntó. ¡Ni siquiera su propia madre quería tenerla!

Lo que no sabía es que yo sería la princesa de Octavio Madero Silva, unos años después, atrás de un telón donde se enamoró a primera vista, como asegura. ¿Primera vista? Si estaba cubierta de maquillaje... ¿Cómo puede alguien enamorarse de ti cuando no eres tú? ¿Por qué no noté las señales? O más bien dicho ¿Por qué no quise notarlas?

El café estaba frío y sólo le había dado el primer sorbetazo, mi desahogo seguía caliente así que lo seguí tomando, aprovechando que Rossy seguía atenta conmigo… pensando no sé que cosa.

-          Rossy ¿Puedo abrir la ventana? – Le dije en un pronunciado acento de mi cuerpo de acto de sofocación. Ella entendió que tenía todo menos calor, es sólo que necesitaba una salida a esta historia que por haber empezado tenía que terminar y sin pensar más, ella abrió la ventana y metió mi café al microondas. Práctica, alta como mi madre y servicial. Rossy. Así era. Yo, confiada en ver a mi madre representada en ella seguí contando con la comodidad con la que ella me hubiera escuchado. Y por madre me refería a Eugenia.

-        ¿Y Octavio? –Preguntó.

Seguí contando. Le platiqué los vestidos que me compraba y las entradas que me conseguía  a obras de teatro que sólo conocía a oídas. Pero la vez que vi Aída fue cuando decidimos, todos los átomos de mi cuerpo y yo, que él iba a ser el padre de nuestros hijos futuros, de nuestras noches llenas de ese amor que se prometen en los libros, que él era el único con el que podía comenzar una vida donde la soledad no estuviera acompañada de mi misma.

Él era perfecto para cubrir mis carencias. Ahora lo entiendo todo pero en ese instante no era más que una bebé abriendo los brazos por la primera persona que me cargara, una enfermera que se compadeciera de mí, alguien que me aceptara nacer primero por los pies, que me quisiera moradita como dice mi santa madre que nací. ¡Dios mío Rossy! ¿Cómo podía ser yo exigente con las personas o la vida cuando la única opción que tuve es esquivar aquellas pastillas que tomó la mujer que se embarazó de mí para luego caer en los primeros brazos que aceptaran cargarme?

                “No me culpes Rossy” Levanté un poco la voz y mis ojos se pusieron cristalinos. Pero lo que yo quería decir era “No te culpes Marina, no te culpes”. El café se volvió a enfriar, pero mi corazón ardía lo suficientemente como para seguir y Rossy, quien entendía mi corazón, no me dijo nada.

                Octavio, hijo de padre alcohólico, no había tenido un parto tan diferente al mío ahora que lo pienso. Su embarazo no fue planeado claro está, fue un “hacer el amor” que en mi diccionario se llama violación, de regreso de la cantina cuando su esposa lo esperaba llorando en la puerta de la entrada. Su madre lo amó desde que vivía en su vientre a diferencia de la persona que se embarazó de mí, pero, dentro de todo, no amaba a él, amaba que él llevaba la sangre de aquel hombre que no sólo amaba, sino adoraba como a un dios. Vaco sería, dios del vino.

                Yo, bebé de segunda mano, escuchaba cómo Octavio me presumía de cuando nació, de su bautizo, del estudio de fotos que le tomó el fotógrafo más reconocido de su pueblo y de la gente que aplaudía que por fin había nacido el primer varón de Don Tomás. (¿Quién no amaba a Don Tomás si con su alcoholismo mantenía al pueblo que estaba lleno de bares?)

                ¿Por qué envidiaba su vida? Hasta su bautizo había sido una celebración más que oficial y no tardaron ni dos meses de nacido en darle su nombre a una calle (su padre ya tenía una avenida) y no bastaba más que decir que su cabello pelirrojo era el éxtasis de la colonia.

-        Es muy bonito tu pelo. – Le dije una vez cuando estábamos en la cama. – No le sorprendió, seguramente era la vez número 7,830 que se lo repetían en ese mes. ¿Y yo? Yo sólo era una mujer que había tenido suerte de no haber muerto al nacer.

Nunca imaginé que todas esas veces que lo adulaba, como a su cabello, a su sonrisa, a sus ojos… no estaba más que haciendo el papel de su madre, tratándolo como a un dios. En mi manera de saberme abandonada necesitaba convertirme en lo que las personas necesitaban para poder tenerlas a mi lado, o que al menos, les cause simpatía como alguna vez lo hice con la enfermera más hermosa del universo. Porque convertirme en lo que los demás quieren de mí me había salvado la vida una vez.

En mi empatía fui todo lo que él quiso, sólo pedía a cambio que cuidara de mí… ¿Cuidara de mí? ¿No lo había hecho bien yo sola desde que era al menos unas 70 células que no dejaron morirse tras unas pastillas letales? Si alguien sabía cuidar bien de sí misma era yo, pero bueno, eso no lo sabía, Rossy.

No sé por qué dentro de todo este embrollo amoroso pude falsamente admitir que “al fin tuve todo lo que deseaba” Me odio por ello, pero sé que voy a perdonarme porque me quiero más que lo que la muerte quiso arrancarme de la vida. Tengo más derecho a vivir que cualquiera por haberme librado de mi primer y último día en una noche donde una mujer desesperada quiso quitarme la vida pensando que era suya.

No era suya, ni era de Octavio Madero Silva, siempre fue mía Rossy, pero no pude entenderlo nunca, hasta ahora, que vivo en ese nunca que es sólo mío.

Rossy, no morí aquella noche que la que se embarazó de mí supo que tenía vida dentro de ella, pero una mujer murió dentro de mí anoche que hice consciente todo este embrollo en el que por creer que no merecía vivir… me anulaba yo sola. ¡A la chingada todo eso Rossy! ¡A la pinche chingada sentirme menos o pensar que tengo que pagar un precio a todo lo bueno que me pasa! ¿Cómo mierdas pasar por la vida creyendo que tengo que pagar cada cuota o que tengo suerte de estar viva? Madre mía, nadie sabe mejor que yo que si de vivir se trata sólo hay que desear provocar la vida y no la muerte. Por eso maté a esos pensamientos que quisieron matarme a mí, como las pastillas abortivas, por eso vengo a decirte que morí. Murió la Marina que creía que no tenía derecho a ser feliz y que al menos pensaba que su única suerte era existir. A la madre todo eso Rossy. A la “madre” que no me tuvo.

-        No sé cuántas terapias necesitaste para que me dijeras esto que ahora sientes pero créeme que en mi carrera como psiquiatra jamás estuve tan feliz que de escucharte decir todo esto con todo y con todo y groserías. ¿Ves esos diplomas? – luego añadió – Esos diplomas no se comparan con el éxito que está transformado en ti. – Me dijo y entendí todo con agua en los ojos, esa que no se corre…

Entonces las dos aceptamos que nuestro café estaría para los científicos frío, pero para nosotros más cálido que nunca. Seguí. Madre mía, ya no supe ni qué estaba diciendo. O tal vez, lo sabía perfectamente.

-        Rossy ¿Te acuerdas cuando me pediste que comprara una muñeca y la abrazara en las noches? – Le dije. No sabía a qué te referías pero ahora lo entiendo todo y en este “eureka” me ha dolido tanto la cabeza de entrar tanto en razón. Continué como casi recitando:

¿Cómo chingados espero estirando las manos lo que yo puedo hacer mejor que nadie? Probablemente si Octavio hubiera estado en mi papel adentro del vientre de la mujer que me embarazó no habría sabido esquivar ninguna pastilla letal. Él estaba acostumbrado a que lo mimaran y su fuerza se encontraba… hasta ahora lo sé, en los brazos de otra mujer, su madre, luego yo. ¿Qué acaso todos nacemos esperando que nos carguen? Vaya que desempeñé muy bien ese papel cuando fui su novia, o amante, ya no sé. Vaya que supe muy bien lo que él quería porque la manera en la que lo abracé es la manera en la que pedí a llantos y gritos que me abrazaran ese primero de enero. O 31 de diciembre, era tan de madrugada y a nadie le importó tomar nota si nací un año u otro.

Nacemos por un abrazo y moriríamos por uno. ¿Dónde queda el precio de la vida? Un abrazo es simple, lo puede dar cualquiera. Es sólo estirar las manos y absorber algo más bonito que el abrazo mismo: a un ser necesitado.

Eso era yo tras el telón. Una actriz que fingía ser lo que todos quieren que sea por un aplauso, un roce de alguien que me aprieta el antebrazo ovacionando mi actuación. ¿Cómo no iba a saber cómo hacerle para que me quisieran si al nacer comencé a actuar para que me amaran?

“Mamá, no sé por qué comencé actuando contigo si lo único que tenía que hacer para amarme era ser yo misma y encontrar que mis brazos sabían abrazarse porque tú me dijiste cómo al segundo de salir de la cueva.” Pensé.

-        Pero Rossy – Agregué en voz alta – Maté a esa persona que vivía dentro de mí pensando eso y con eso maté las creencias de pensar que sólo siendo lo que los demás quieren podría tener los abrazos que se requieren para sobrellevar el día. Y al matar eso Octavio me quedó chiquito. Tan chiquito como el alpiste que me daba. ¿O cómo va la canción? Rossy, en un golpe de frenesí decidí armarme de valor y amarme como sólo yo sé hacerlo.

Porque Dios sabe que quiero a aquella enfermera que ahora es mi madre y que no hay amor más grande que el que ella me dio, pero hoy, con todo lo que ella vino a darme, te digo que sí, que mi amor propio ha superado el amor de cualquier ser vivo, el amor de Octavio, el amor con el que me veía el párroco sucio del pueblo si es que eso es amor, el amor con el que me explotaron en mi primer trabajo, el amor que según esto sintió Octavio, ah, pero a él ya lo había mencionado.

Al dejar atrás todo me di cuenta que nadie me quiere más que yo y sabe lo que quiero darme, y en ese dar muerte a la filosofía creer que todos son mejores en el área de amar que yo misma, descubrí que muerta esa creencia es cuando nace la fuente inagotable en mí que no morirá, sino que se vendrá conmigo hasta donde yo vaya.

Y llevándome conmigo entenderé que por más que de pronto mi historia tenga deslices que tal vez el cosmos no deseaba que ocurrieran, por más que la baja estima de mi ser me haya convertido en una víctima, de esas que no escriben su propia historia porque tienen miedo, por más que todo eso Rossy, sé ahora que la historia la escribo yo, con lo bueno y malo que tenga… y al menos hoy, en esta tarde de lluvia te digo y ahora sí llorando, que la historia ya cambió porque yo no di muerte yo di vida. Porque darme cuenta de que estaba embarazada de Octavio después de haber terminado con él y sentirme devastada no fue un motivo para no dejar que Martina naciera, y la abrazara como madre que soy… ¡Soy madre Rossy! Todos mis deslices dieron vida.

Y de algún modo hoy descubrí que todas las situaciones del mundo tienen sentido, cada que la veo dormir, cuando me sonríe, cuando juega con las palomas… cuando todo... y en ese todo llevaré mi amor siempre conmigo... hasta donde yo vaya.



Si quieres ver la primera historia que se titula LA MUJER ORDINARIA da clic aquí

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