Uno de mis libros favoritos lo leí porque una persona que
quería mucho lo había leído y me gusta saber por qué les gusta un libro así que
lo compruebo. Se llama La Rueda de la Vida, de Elizabeth Kübler Ross. Sus
letras me acompañaron mientras mi mamá tenía largas rondas en el hospital… ¿O
fue mi abuela? No me acuerdo, pero lo leí en un hospital (me acuerdo estar
acostada en el piso y mis tías “que asco, está sucio el piso” yo nomás le daba
vuelta a la página).
Otra parte la
leí en la terraza de mi casa después de comer con la panza llena echándome las
historias de una mujer que nació gemela, que su papá cocinó a su conejo negro y
se lo comieron y ella se traumó al tener que masticar a su mascota, (ese lo leí
en la cochera, lloré, amo a los conejos). Creció y se hizo ruda y tierna, dura y sensible, definida y apasionada… una
mujer curiosa que comenzó por ayudar a los moribundos.
Le causaba una atención especial una persona que estaba a
punto de morir. ¿Cómo le gustaría a esa persona que fuera tratada en los
últimos días de su vida? Se preguntaba y así terminó por tener en su
casa un hospital para cuidados a enfermos terminales de VIH. En este lugar ella
tenía una oficina con sus escritos y estudios sobre lo que aprendía en el camino de
convivir con personas que sólo tienen últimos deseos…
Tenía también en ese lugar sus fotos de niña, en pocas
palabras toda su alma adentro de ese cuarto y otro pedacito entre los pasillos y los cuartos de los
enfermos pero todo su ser estaba en esa casa y es por eso que no me olvido el capítulo en el que los vecinos – que tenían miedo de
que personas con VIH vivieran cerca de la colonia - quemaron todas sus cosas. Cuando ella regresó a casa, su
casa estaba hecha trizas.
“Todo era humo” – algo así me acuerdo que decía – Mis
documentos, mis estudios, mi diario, mis escritos, mis fotos de niña, no
quedaba de mí nada, ya nada existía para validar mi existencia, podría morir y
nadie sabría quién soy. Entonces, vi una roca todavía caliente por el fuego, me
senté, me senté a decidir qué hacer…
No me acuerdo que pasa exactamente en ese diálogo interno
pero después de ver todo lo que había perdido recuerdo que se pone de pie y
páginas más adelante reconstruye su vida… y es así que no se
me olvida el día en el que Elizabeth lo perdió todo y lo recuperó después.
Era una adolescente cuando leí La Rueda de la Vida y nunca en la vida
había sentido lo que sintió Elizabeth. Sentí compasión por ella, había leído
la forma en la que había construido su misión de vida y la generosidad con la
que cuidaba a sus enfermos. Recuerdo bien cuando leí ese incendio y lo
describió tan bien que me senté junto con ella en esa piedra… y en mi madurez
menor, sentí su dolor.
Fue cuando cumpli 21 años que entendí de mejor manera lo que
Elizabeth sintió. A esa edad era una niña sociable, buena onda y vanidosa del
ITESO, lo tenía todo, una beca que me permitía terminar mis estudios, una
carrera que amaba (Comunicación, iba a las clases extasiada, queriendo ser
fotógrafa, luego reportera, luego escritora, luego dar las noticias… luego
fotógrafa otra vez…), tenía un bocho blanco al que llamaba Herby y no tenía
estéreo pero me había robado una grabadora de mi papá de pilas y ¡PUM!
Cantábamos todas mi bocho y yo. Tenía licencia y me creía mil y obvy tenía sobre todo un novio
de envidiar.
No quiero ni me siento todavía preparada para platicar lo
que sucedió esa vez pero como Elizabeth un buen día desperté y lo perdí todo.
Mi cabello largo amaneció chiquitito, no vivía en mi casa sino en un hospital y
mi novio ya no estaba, y mi popularidad en el ITESO tampoco y mucho menos mi
último semestre… no me graduaría. Había perdido el bocho en un accidente y desperté en el hospital, donde viví cerca de un mes que a mí me pareció
un año, me rehusé a aceptar que era mi cumpleaños y tirada en la desgracia me
quedé completamente sola, ni siquiera conmigo. Dios, pensé que nunca lo
platicaría. (está todo revuelto pero la verdad es que no quiero que entiendas
nada, sólo que lo perdí todo).
No me olvido de esa escena, mi papá me había ido a visitar,
pensé que de rutina, pero no, venía a decirme que se había muerto mi abuelita
Flor. Pobre de mi papá, no sabía como decirme eso porque era agregarle otra
mala noticia a mi entera mala noticia que era mi ser y todo lo que me rodeaba.
“Lo entiendo” le dije, horas después mi novio terminó conmigo – no entiendan nada, en este capítulo teníamos que separarnos y lo hizo de la mejor manera - y ya era como que las cosas sumadas me
hacían no saber dónde estaba ubicado mi dolor, lo sentía en todo el cuerpo y
también en el alma... Tal vez ese día el sol no salió o al menos no lo vi.
Ese día hasta yo me daba pena y adolorida de los huesos
caminé hacia el pasillo verde pistache como todos los hospitales y salí a la
terraza escuchando quejidos de gente de otros cuartos y los míos, caminaba
lento, estaba mareada, no sabía quién era ¿Les ha pasado que no saben quiénes
son o dónde están? Me senté en donde pude y comenzó a llover. (No les dije pero en la escena
de Elizabeth en la piedra, comienza a llover y ella enciende un cigarro
pensando en que tiene que volver a empezar). Ahí, con una mano para que no se
mojara mi cigarro, me convertí en ella y pensé “ahora sé un poquito mejor lo
que se siente, en mi pequeña versión dramática, pero Dios sabe que me sentí
como ella, tanto que reviví la escena: lluvia, mi cigarro y yo con nada…” Sentí cómo me había muerto y cómo era una
opción, de ella y mía, volver a nacer.
Ahí en la lluvia descubrí que tenía dos opciones, dos
caminos se abrieron entre las gotas que caían y sentí que eso debió haber
pensado Elizabeth. “Puedes convertirte en la mujer más amargada del mundo, al cabo tienes razones suficientes, o puedes volver
a escribir tu historia y recuperar lo recuperable y despedirte de lo que no
va a volver a ser…” Después de todo, ella tan capaz y tan apasionada…
¿No podría volver a hacer nuevas todas las cosas? ¿No es así la naturaleza? ¿No
son los cambios la única constante en la vida? ¿No podría yo parecerme un
poquito a ella y ponerme de pie?
Me tomó muchos años reconstruirme, podría decir que después
de tres estuve entera, pero ese día, esos minutos, ese tiempo que pasé en el
hospital, son mi causa entera por la que escribo contigo esta historia de una
niña con un blog y un libro y esas cosas… En ese momento que la lluvia me mojó como a
ella, me convertí en Lucía la de Flor y aunque pasé mucho tiempo de
desesperación y aunque me gradué un año después con gente desconocida, y aunque
perdí a mi novio y también mi bocho, y aunque mi pelo creció lento y me
desesperaba también, volví a ser yo, la misma pero diferente.
Te preguntarás por qué te tuviste que chutar una historia
como esta en el noveno kilómetro del maratón del desamor que por cierto no pude
escribir el viernes porque mi coche se quedó debajo del túnel de Las Rosas de
López Mateos porque se le cayó el clutch. Pero qué bueno que fue así porque
tuve tiempo de pensar muy bien lo que quería decir aquí y resumo todo lo que
has leído en estas palabras: Todos
nacemos más de una vez.
Volvemos a nacer cuando terminamos con una pareja, volvemos
a nacer después de un divorcio o quedar viudos, volvemos a nacer después de
perder un trabajo, volvemos a nacer después de una muerte cercana y volvemos a
nacer como Elizabeth, cuando nos quedamos sin nada pero recordamos que si un
día pudimos hacerlo podemos hacerlo de nuevo.
Las personas que hemos nacido más de una vez sabemos la
riqueza que hay en las muertes de la vida. Entendemos que lo que perdimos
probablemente ya ni lo necesitamos o que si lo necesitamos podemos crear alguna
forma de suplirlo, entendemos que a veces somos más felices en el segundo
nacimiento que en el primero, comprendemos que probablemente si no hubiéramos
muerto aquella vez no seríamos quienes somos y lo más padre: Nos hacemos más
fuertes y las personas más fuertes adquieren una vista diferente de las cosas.
No se hunden en la primera tormenta y saben apreciar un rayo de sol aunque sea
de esos leves que salen en Londres (es que ya fui a Londres J).
Y la verdad es que, así como Elizabeth, encontré mi misión
de vida nuevamente en esos días que pasé deprimida y sin ganas de nada…
recuerdo muy bien esos días, tengo unos diarios que explican esos tres años
donde “ay jijos” tuve que buscar dónde dejé los pedacitos de mí.
No se me
olvida una vez que alguien que ya sabe quién es me vino a visitar… es una mujer
hermosa que me regaló una vez un conejo color miel al que cuidé el tiempo que
estuve triste. “Es que un psicólogo dijo que era bueno tener una mascota cuando
estás triste…” Y fuimos juntas a comprarlo.
Además de ese gesto bonito me acuerdo que de los cien mil
consejos que recibí para salir adelante, el único que no se me olvida es el de
ella: Lucía, un día esto va a pasar y hasta te vas a reír. Un día vas a sentir
cómo todo eso pasó hace mucho tiempo, cómo estás diferente… y alegre. Cuando me
lo dijo le contesté que los segundos se me hacían horas y que para que me sintiera
como ella dice faltaban doscientos mil ochocientos años luz multiplicados por
el infinito… y ella me tomó de los dos brazos y con los ojos grandes me volvió
a repetir todo:
Algún día, lejano si quieres, pero de seguro pasará, verás
esto y lo sentirás lejos, pasará, y estarás feliz. Sólo aférrate a eso.
Pasaron como cinco años cuando me la topé en un antro y le
dije “¿Te acuerdas de tu consejo?” Ya estoy viviendo en esos días que me
prometiste… sentí tan bonito saberme fuera de ese vacío y vuelta a nacer que
aunque fuera con humo y luz y sonido y sin podernos escuchar bien, tenía que
decirle…
Y también tengo que decirte a ti lo mismo que ella me dijo
si es que te encuentras en esa situación. La vida no está diseñada para los
finales infelices… lo sé, lo sé no sé por qué pero lo sé. Y me siento ahora tan bien de
volver a nacer que de algún modo si dedico mi vida a convencer a la gente que
“todo estará bien” habré gastado mi vida en algo que para mí vale la alegría y
no la pena…
Y no sé, me cuesta trabajo cómo plantear las cosas para que
alguien en esa situación pueda escuchar estas palabras y sé de algún modo que
el maestro no llega hasta que el alumno quiere aprender… (No estoy diciendo que
yo soy maestra, sino la vida: me refiero a que hasta que tienes las orejas
paradas para escuchar algo es que lo escuchas, hasta que estás listo para tomar
acción es que llega una tormenta de ideas, hasta que te decides a terminar con
esa rutina que te vuelve loco o loca es que llega ese viaje que querías… hasta que dejas de andar tan terco o terca es que la vida te dice "Es por aquí").
De algún modo me gusta ser una vocecita que nada más te dice
“ándale ya empieza a escuchar a la vida” y ya, la vida se encarga de todo. Así
me pasó con ese consejo de ella, siempre el cosmos se vale de los medios más
originales para hacernos despertar, para volver a nacer de una mejor manera.
Así que, en este penúltimo paso del maratón del desamor sólo
quiero decirte que escuches a la vida, que tiene todo que decirte. Y que si te
sirve de ejemplo el ver que existen personas que se hunden y se levantan,
obsérvalas, yo en mi mundo me siento una de ellas y no es por subirme a ningún
pedestal, al contrario, es sólo que me gusta hacerle saber a la gente que sí se puede y encontrarle un sentido a esos días que a veces me es difícil recordar. Recuperar
mi poder no significa otra cosa que ponerlo al servicio de los demás… soy del
Ciencias, ese es el lema de nuestra escuela.
Ojalá que de algún modo te hayan servido estas letras y le
paso el micrófono a tu vida, que quiere decirte muchas otras…
Nos vemos mañana en la meta del #MaratonDelDesamor que no es otra cosa que un capítulo de tu vida que tiene que encontrársele un sentido.
"VALE LA ALEGRÍA Y NO LA PENA" me encantó la frase :)
ResponderEliminarCreo firmemente que nuestros pensamientos y palabras tienen un poder inmenso y nosotros los elegimos y eso que elegimos lo transformamos en nuestra realidad.
Gracias Lucía, quiero llegar a la meta :)
gracias!!
ResponderEliminarPorque solamente ccuando escribes con el alma y el corazon abierto es que otra alma puede reconocerse en ti y sentirse conectada. Asi que salud por los que recordamos el pasado como si fueran varias vidas atras....por los que hemos comenzado y reconstruido desde cero nuestras vidas varias veces! Y gracias por dejar que las palabras de tu alma den fuerza a la mia! Saluditos!
ResponderEliminarHola, Lucia... Hace 5 años, me infecte de V.I.H, en ese, momento, crei, que mi vida, había llegado a su final... Me hundi, (me revolqué en la desolación y en la desgracia), llevo unos 2 años, leyéndote... Te eh aprendido mucho, y seguire aprendiendo, de la vida, y de todas las personas, que se han cruzado en mi camino... Gracias, y sigue escribiendo, me has hecho reir, y reflexionar... Como hoy que lei, tu articulo...
ResponderEliminarHola Lucía, he estado leyendo tu maratón y está con ganas!, pero el día de hoy me has tocado el alma, con tus palabra me hiciste llegar a esos lugares que a veces no quiero recordar. Fui leyendo y de pronto empezaron a rodar mis lágrimas, regresar a todos esos momentos en los cuales me he sentido sin nada y darme cuenta que al final he crecido mucho como persona. Te agradezco infinitamente tus palabras!
ResponderEliminary el numero 10 ????? ya urge
ResponderEliminarJa! Justo esta semana tuve la escena del cigarro y la lluvia... :')
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