Siempre he pensado lo hermoso que es el suspirito cuando acabas de llorar. Sube, sube…. baaaaja. mueves la cabeza a un lado y al otro respirando por la boca inconscientemente, como con el hipo. Los labios están rojos, tienes saliva de más, sientes los ojos hinchados y el camino de gotas que se secó mientras que los mocos hacen fiesta en tu nariz.
Pero el suspirito… ese se las lleva todas, está lo máximo, es un acto pequeñito e involuntario que anuncia el término del deshaogo y la continuación a las actividades normales.
¡Qué bonito el acto de llorar! Liberación, arte, expresión máxima de un sentimiento, pérdida de razón para dejar que reine el corazón que palpita lo suficientemente rápido y se toma de la mano de tus pulmones para que expulses todo ese dolor, rabia, decepción, tristeza y muchos otros sentimientos que a veces como no los entendemos los externamos a modo de agua que corre por los ojos.
Llorar, lo primero que hicimos al nacer, un acto que se puede hacer de felicidad o de tristeza, una acción pura, inevitable, respetable y sin ganas de ser juzgada. Llorar es mostrarnos vulnerables, aceptar que sentimos y no olvidar que antes de ser licenciados, abogados, padres, madres, hijos, niños, grandes… somos seres… seres humanos.
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