Llevo días en los que no sé cómo me siento, estoy feliz pero estoy llena de emociones, me dicen ¿no estás feliz por tu libro? y ¡claro que lo estoy! es sólo que tengo un tornado de sentimientos encontrados, de melancolía, de responsabilidades nuevas, de comentarios de la gente que me dan pilas, de encuentros con lectores que me emocionan tanto que no puedo escribir… me siento rara, no sé cómo explicar, y creo que en mi averiguar interno me puse nerviosa, me contracturé toda la espalda y aunque me dijeron que era estrés no me siento así, es sólo que tengo una catarata de pensamientos, de enunciados pronunciados, de recuerdos, de nuevas aventuras que todavía no asimilo y en esta nueva etapa me abruman las emociones, aunque sean buenas… pero como dice este escrito que hoy encontré y escribí cuando iba de regreso de mi Melaque querido: No porque esté oscuro voy a detenerme…
Si habían pensado que dejo de escribir es que muchas veces lo hago en mi página de facebook donde pongo cómo amanecí y puedo platicar con los lectores más sabroso, síganme en: http://www.facebook.com/LuciaLaDeFlor
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Escrito favorito de @duverman
LLEVARME CONMIGO
Fotos: @sergiolaboriel
Siempre me he dejado el pelo suelto y sin cepillar. “Que se seque como quiera” es mi onda particular. Mis manos sin crema se preparan para el día comenzar pero lo que nunca me olvido es de lavarme muy bien los dientes y hacer gárgaras con enjuague bucal. Me despierto feliz, porque aunque sea un mal día la suma de mi vida me hace pensar lo contrario. Sonrío con los pulmones, con el corazón, con la garganta, no es necesario abrir los labios y enseñar los dientes. Me lavo la cara, meneo el pelo y juego a que me lo agarro en una cola de caballo pero no, al final siempre lo dejo suelto, suelto y como dije, sin cepillar. Si está enredado que esa sea su situación natural, como si mi vida no hubiera estado así alguna vez. Y aunque todo mi cuerpo ría, mi pelo no miente. En el está el códice de esos días en los que viví lo más negro que pensé que podía vivir algún día: Perderme a mí misma.
¿Dónde estás Lucía? Ha sido el grito más profundo que mis cuerdas bucales han gritado y con linternas como policía me busqué de noche. ¿Dónde estás? Lo primero que me ayudó a encontrarme fue llamarme por mi nombre. Después con palabras tiernas porque supe que sí me escuchaba pero no salía de mi escondite. Y después de muchos meses me vi tirada con ese camizón rosita de franela dormida con mi cabello como siempre lo he dejado: suelto y sin cepillar. Así fue como me reconocí, me cargué y sin despertarme me salí de ese fango.
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