A veces si somos poquitito observadores, la vida nos regala
súper poderes cuando nos sentimos “medio, medio” y en eso amanecí pensando.
Cuando más he hecho esas cosas que de pronto parecen que me llevarán a un lugar catastrófico, no sé por qué, la compasión de las personas, de la vida o de mí misma sale a flote y aprendo lo que no habría entendido entre la rutina. El universo nos quiere enseñar pero a veces no paramos oreja y esos momentos nos hacen hacerlo...
Esta vez que fui a la FIL aprendí – entre millones de cosas
– a saber respetar nuestro tiempo y energías. Los escritores me contaban de sus
rutinas y la gran disciplina y planeación con la que se realiza algo y
comprendí que si vas a ser líder de un sueño, tu voz tiene que ser más alta que
todas las demás.
-
¿Y a qué hora escribías? - les preguntaba.
-
Me levantaba muy temprano por la mañana, apagaba
el celular y no me metía a nada de redes sociales o se me iba la mañana…
Pum. Decisión. Y es que muchas veces yo me quejo de que no
tengo tiempo o que la vida tiene bastantes distracciones como para aislarme a
estar conmigo y mi sueño y de pronto les digo a mis amigas que me encantaría
estar en un hotel encerrada en un lugar desconocido para concentrarme a escribir
porque en casa ya me habló alguien para ir al cine o contarme algo.
Pero después descubrí que si mi voz estuviera más alta y
practicara un poquito más el arte de defraudar a todo lo que me rodea para
poder escucharme, entonces tal vez conseguiría un poco de esa inspiración que a
veces no sé a dónde va.
Entonces entendí que las redes sociales y los teléfonos de
hoy en día son una gran manera de distraernos, de “estar en contacto” pero
también una herramienta que puede alzar una voz más grande que la nuestra.
No estoy en contra de ello, creo que se han creado muchas
cosas que a mí me han facilitado la vida pero el problema está en tener la
disciplina necesaria para encontrarnos con nosotros mismos no importando si
mañana inventan la tele transportación y podemos estar en casa de todos
nuestros amigos en dos segundos y medio. Dominar las cosas y no que las cosas nos dominen. (Como a la maestra de inglés que nadie le hacía caso).
No nos gusta aislarnos es una realidad. Al menos es lo que
veo en mi entorno, nos es difícil estar solos, ya queremos ver en qué fiesta
anda el “grdupo” de “guazap” o qué sé yo. Pero es una realidad que la vida nos revela secretos
esperanzadores y súper poderes cuando estamos un tiempo a solas…
Recuerdo las pocas veces que me castigaban y mi mamá se
quedaba conmigo o mi papá se aventaba una larga plática. Al final de cuentas
encontraba en ese destierro de mis hermanos y esa infinita tarde de lo que parecería iba a ser de "azotes emocionales", un
encuentro con mi lazo materno o paterno y un crecimiento y complicidad entre
mis papás y yo y un encuentro con lo que yo soy. Terminaba siendo, la verdad, un momento muy
especial para mí.
Cuando lloraba por haber hecho algo malo y mi mamá me
abrazaba y ella y yo cumplíamos el castigo que nos había puesto mi papá jaja,
bueno a mí, llegaba luego en las noches mi papá y me encerraba en su
cuarto – a mi papá nunca le gustaba regañar a alguien enfrente de alguien más, le
encantaba hacerlo en privado y lo hacía despacito, nunca desesperado, te veía a
los ojos y te hablaba bonito aunque hubieras hecho algo malo, eso amo de mi
papá - entonces me veía a los ojos y me preguntaba si había
entendido la razón de mi castigo, que si estaba arrepentida ya no pasaba nada,
que no podía andar mordiendo a mis hermanos… que bla, bla, bla.
O cuando era por el tema de siempre – sacar seis en
matemáticas – mi papá me veía a los ojos como si no importara ese estúpido
seis, me decía, ¿Y si le dices a Juan Pablo que te explique y si la próxima vez
le echas más ganas a ver qué pasa? Y luego agregaba un: mientras no repruebes
está bien, todas tus demás calificaciones están bien.
Era un amor tan grande el que terminaba sintiendo cuando uno
pasaba “recesos”, “destierros”, “castigos” de la vida. Como cuando me expulsaron un día del colegio por contestarle a un maestro y al final acabé llevándome con ese maestro mejor que nunca por esa intimidad que tuvimos cuando tuve que pedirle disculpas.
Entonces hoy amanecí pensando en que de pronto si es una
realidad que cuando nos aislamos aprendemos miles de cosas y regresamos a la
fuente de amor que sentimos dentro y nos volvemos a conectar con quiénes somos
y de quién venimos, creo que de pronto los “recesos”, “destierros”,
“aislamientos”, "regaños" no son tan malos como a veces pensamos.
Muchas veces sólo vivimos los destierros que nos vemos
obligados a vivir como los castigos de los papás o estar en cama enfermos,
pero, pocas veces nos obligamos a vivir un destierro por voluntad propia como
lo hacían los escritores. “Me fui a vivir a una casa a Valle de Bravo”. Dijo un
escritor. ¡Claro! ¡Yo también me iba! Pensé. Pero la realidad es que nos da
“mello” y a la hora de la hora, al menos a mí, me pica saber dónde están mis
amigos.
Pero la realidad es una: cuando se toman decisiones dejas
algo por tomar algo más, si no no tendrías que decidirte por nada y tenerlo
todo, y hoy que me sentía como “rara” como con la nostalgia que siento cuando
me aislaba, descubrí que me entró miedo inmediato. “¿Tendré una de esas
épocas en las que leo más y platico menos? ¿Una de esas épocas en las que no
soy tan divertida y ando más introspectiva?” Pensé. Entonces relacioné este
sentimiento con lo que observé con los escritores y creí que se avecinaba una
buena noticia en vez de un desastre.
Son esos días de nostalgia los que nos hacen reconectarnos y
recobrar esa fuerza que siempre tenemos pero luego pensamos que está en los
bolsillos de todos los que nos rodean. Y andamos mendigando un poco de ella con
nuestros amigos o pareja como si ellos fueran dueños de nuestras cualidades, talentos,
voluntad.
Regresar a casa para darte cuenta que lo tienes todo pero no
lo usas es una de las épocas en las que podemos renacer y volver a las andadas
con pasos más firmes. Así que probablemente aprenda a “auto-aislarme” como los
escritores y descubrir qué magia tengo dentro y disfrutarlo y tener más tiempo de calidad cuando vuelva a aparecer. Una tarde, un fin de semana o
una semana entera… por lapsos, de jalón, como sea que sea.
Sé que encontraré en ella los secretos que me hacen falta
ser revelados o la paz que de pronto creí que sólo existía cuando estaba en
compañía. Y ahí, quietecita, tal vez escriba más con el alma y menos con la
necesidad inmediata de alguien que quiere decirlo todo y a veces le hace falta
aprenderlo para explicarlo mejor. ¿Y tú? ¿Cómo amaneciste?
Un texto relacionado: Hoy me quedo en casa, aquí puedes leerlo.
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