Últimamente me he dado la tarea de no ser tan dura conmigo
misma y he recibido el descubrimiento de que hago mejor las cosas cuando soy más
considerada conmigo.
De chiquita era toda una sargento con mis tareas, si de pronto me equivocaba ya al final, arrancaba la hoja entera, no soportaba los errores. No me los permitía. Vaya niña testaruda, si supiera lo que ahora sé, me habría permitido “equivocarme” más.
Y luego la culpa es fiel compañera de los perfeccionistas
entonces no pasaba una hora sin estarme culpando por algo y que me doliera la
pancita. “Por qué le dije esto” “hablé de más” “no debí haber hecho esto”.
Últimamente todas esas frases han tenido que salir
forzosamente de mi mente y con trabajos las he corrido de la casa de mi alma.
¡No señor! Les digo mientras barro y las veo debajo de los muebles o de mi cama.
Hoy que he sido menos dura he intentado más cosas “total si
no sale bien ni modo” y he comenzado a crear, más allá de hacer todo un plan
estratégico de lo que creo.
Me siento un pincel más libre porque al saber que puede
equivocarse, se desliza con más autenticidad, con más ligereza y lo sorprendente
es que sólo así descubro que la originalidad nace cuando nos permitimos el error, el ridículo… cuando
nos permitimos ser quienes somos y callar las voces de los demás. Sólo así el creativo puede aparecer.
Me siento una alma tímida harta de haberse callado tanto y que ahora dice “con permiso, con permiso…
quítense todos voy a crear…” Y
dibujo mi vida como me da la gana. Patino sin coreografía… nado sin respirar
como se debe, me visto sin combinar.
¿Y saben qué?
¡ES INCREÍBLE!
Y mientras menos perfeccionista disfrutas más la vida, la sientes, la gozas, la haces taaan tuya!
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