Como les platiqué en la otra historia, durante mi viaje a Europa tomé fotos de momentos, de retratos de personas donde una actividad me llamó la atención y sin que se dieran cuenta les di click. Y como en mis clases de literatura me han pedido que hable de historias de ficción (es decir de cosas que no pasaron porque en Lucía la de Flor hablo de mis vivencias), les comparto esta segunda historia... con todo mi cariño del mundo mundial adiós.
¿Es acaso que cuando uno se siente tan sola tiende a valer menos?
¿Cómo no confundir lo que es el amor cuando no lo has sentido del todo?
-
Morí
- le dije.
-
¿Cómo
puedes morir? - Me dijo.
-
Se
murió una parte en mí que es lo mismo. - Le dije.
-
¿Cómo
pasó eso? - Me dijo, y la oleada de recuerdos se postró en esa lluviosa
ventana.
-
¿Tienes
tiempo? Le dije. Enseguida se levantó a poner café.
-
La
última vez que tuve algo que hacer para mi placer mi Eduardo vivía. Déjame
recordar un poco cómo sentía el amor a través de tu historia… - Me dijo. - Miré otra vez la ventana y luego sus
ojos y empecé:
Al fin todo lo que quería se postró a mis pies en los inicios del año 97 cuando
después de creer que no merecía ser feliz un hombre llegó a demostrarme lo
contrario. “¿Un hombre?” Me dijo con ese tono feminista que la caracterizaba.
Un hombre, repetí fuertemente y sin suspirar, entonces le tomé al café. Se me
calentó la lengua, no por la temperatura del agua, sino por convertir en
palabras lo que tenía en las entrañas. ¿Qué provocó esta cascada de bondad
sobre mi cabeza? ¿Por qué es que de un segundo a otro podemos tenerlo todo? Y
es que tuve tanta suerte en el año de 1997 que lo único que me faltaba era
comprar un boleto de lotería, porque estoy segura hubiera ganado el premio
mayor.
Todo comenzó cuando ese hombre apareció afuera del teatro. Se había quedado
esperando a que me desmaquillara y no me di cuenta del tiempo hasta que al
salir sólo estaba él. Dios, todo lo que pensé mientras me desmaquillaba, que la
renta, que mi vida, estaba pensando en cualquier cosa menos que un pelirrojo
esperaba afuera de mi camerino…
- ¿Esperabas
a Verónica? – Me referí a la actriz principal.
- No.
– Me dijo – te esperaba a ti.
Que cuatro palabras tan
maravillosas, te esperaba a ti, claro que yo también lo esperaba a él con
tantas ansias y al escucharlo pronunciar las palabras con esa voz tan ronca y
tan exactamente así, me hizo sentir cuán perfecto podía ser un momento… hasta
que me acordé de que al despintarme no había puesto nada en mi cara, estaba pálida,
desinteresadamente joven y sin ningún color en la boca, así que inmediatamente
me tapé con el pelo suelto y dejé que mis greñas cubrieran mi cara como algo
accidental… “Qué rápido me oculté”
suspiré.
- ¿Cómo?
– Interrumpió ella.
- Nada,
seguiré contando. - ¿Le iba a contar que desde el primer segundo de conocer a
Octavio iba a admitir que ya tapaba mi cara y ya sentía que no era lo que él
buscaba y ya lo descifraba para convertirme entonces en lo que él siempre
quiso? Creo, en mi corazón, que mi
primer desacierto fue reprobarme a mi misma antes de que comenzara la historia.
No pasaron ni dos semanas y
ya habíamos hecho cosas de esposos, en la regadera, en mi cama, en mi camerino,
había penetrado en poco tiempo, en todo
lo sagrado que poseía, en cada
templo de mi vida que había construido con mis propias manos… penetró mis
sueños y dejó su olor en las sábanas, en mis victorias del telón que eran sólo
mías, usurpó mis aplausos y peor aún, conquistó también el único lugar donde
podía ser yo misma: en la regadera. ¿Qué me quedaba para mí? Si me había
convertido en lo que él quería no había espacio para Marina Robles de la
Tejeda. De nombre fuerte y débil carácter cuando un pelirrojo intentaba decidir
qué hacer con ella. ¿Qué acaso un par de flores, abrazos y haberme arreglado la
estufa bastaba para comprometer mi alma? ¿Cómo
es que identificando al señor kriptonita de mi vida en vez de alejarme me enamoré
de él?
Me era fiel, sí, era devoto
a mí, claro, ¿Cómo no iba a guardarme
devoción si sólo vivía para él? Rossy, te juro que no supe en qué momento
perdí la cabeza. – Le dije sintiendo el agua en mis ojos, esa que se siente
pero no sale.
-
Sí
lo supiste. – Me dijo – La perdiste desde el principio, en el momento que
agachaste la cabeza para cubrir tu cara despintada… desde el comienzo de la historia ya habías devaluado tu esencia. Él
sólo llegó a tu vida. Tú ya eras de ese tamaño.
La lluvia seguía y yo
tampoco pude parar de hablar y por cada gota yo soltaba mil palabras, le conté
de nuestros días en Nueva York cuando me sacó de mi ignorancia y me enseñó otro
país que no fuera México. Me sacó mi pasaporte con un amigo suyo que había
conocido en la universidad y en un par de horas estaba aceptada legalmente para
salir del país, pero no tenía ni un centavo y escuchando a Rossy, parecía que
yo tampoco lo valía. ¿Es acaso que
cuando uno se siente tan sola tiende a valer menos?
Digamos que el teatro pagaba con emociones, con satisfacción,
pero los aplausos no eran suficientes para pagar la renta así que en mis sueños
no se encontraba salir del país, porque a veces para que podamos soñar con algo
es necesario sentir un poco de posibilidad, uno sueña para arriba pero cuando
uno está tan abajo, ese arriba puede ser el debajo de alguien más. Así que al ver la posibilidad de volar más
alto que mis posibilidades, firmé sin ver las letras chiquitas, comprometiendo
lo más valioso que poseía, mi corazón.
Todo fue así, yo seguí
siendo como él quería que fuera, papel que como actriz desempeñaba muy bien, no
podía permitirme el lujo de no tener las uñas arregladas, el pelo perfecto, la
sonrisa blanca y los calcetines nuevos. ¿Cómo no mostrarme a la altura de un
príncipe?
- ¿A
qué hora lo coronaste? – Interrumpió Rossy.
- No
lo sé. – Quise llorar. Quise llorar al escuchar que lo había coronado sin
saberlo. ¿Era de sangre azul? No. ¿Era reconocido como un heroico soldado?
Tampoco. ¿Tenía la fortuna más envidiable de la comarca? No le iba mal pero
siendo sinceros, manejó el dinero de sus padres, no era mérito propio. Entonces
¿Cuándo fue que lo coronaste? – Me pregunté en silencio…
Entonces
recordé que siempre he coronado al mundo, menos a mí… desde que nací siempre ha
sido así, tal vez el hecho de que me quisieron abortar y no pudieron fue el
principio del significado de mi historia… una sobreviviente y ya por eso, ya
por el hecho de sentirme así, tenía que agradecer cada latido que otros daban
por sentado… e interrumpiendo mi historia de Octavio, comencé con la mía:
Dicen
que nací primero de los pies porque todo lo hice siempre al revés. Fui un intento
de aborto tardío, no me morí ni
con las pastillas y en el pueblo no hubo más que dejar que naciera. La persona
que se embarazó de mí no quiso verme nunca pero fui tan encantadora que al
primer ojo de la enfermera fui suya para merecer habitar en Morelos 304 a un
lado del hospital San Martín, donde vivía ella. ¡Qué bonita debí haber
sido para que me hubiera recogido a primera vista una mujer que no tenía más
que frijoles! Y lo sé perfectamente porque a esa edad uno no tiene la melena
larga como para agacharla y que se cubra la cara desnuda como lo había hecho al
conquistar a Octavio, el pelirrojo más cotizado de… ¿Dónde decía que era?
Volví a mi tema:
Desde que tuve uso de razón
la llamé mamá. No me interesó conocer a
persona alguna que hubiera decidido matarme antes de vivir. Además, de una
manera extraña, era igualita aquella enfermera. ¿Será que nos mimetizamos?
Nadie cuestionó que Eugenia era mi madre, y mucho menos yo. Blanca, blanca.
Ojos verdes, verdes. Más alta que los doctores. Siempre fue la partista más
hermosa que pudo tener San Martín. Y no por sus pestañas, por sus caderas
pronunciadas o su cabello castaño trenzado. No señor, era hermosa porque, a diferencia de mí, no bajaba la cabeza para agradar a nadie.
No sé qué hice para que le
agradara mi cuerpecito rojo lleno de placenta aquella noche olvidada del 1 de
enero de 1972. Fui un problema hasta para el médico que seguro tuvo que dejar
su pavo a medio masticar. ¿Quién se cree que es? Seguro se preguntó. ¡Ni
siquiera su propia madre quería tenerla!
Lo que no sabía es que yo
sería la princesa de Octavio Madero Silva, unos años después, atrás de un telón
donde se enamoró a primera vista, como asegura. ¿Primera vista? Si estaba
cubierta de maquillaje... ¿Cómo puede
alguien enamorarse de ti cuando no eres tú? ¿Por qué no noté las señales? O
más bien dicho ¿Por qué no quise notarlas?
El café estaba frío y sólo
le había dado el primer sorbetazo, mi desahogo seguía caliente así que lo seguí
tomando, aprovechando que Rossy seguía atenta conmigo… pensando no sé que cosa.
- Rossy
¿Puedo abrir la ventana? – Le dije en un pronunciado acento de mi cuerpo de
acto de sofocación. Ella entendió que tenía todo menos calor, es sólo que necesitaba una salida a esta historia que
por haber empezado tenía que terminar y sin pensar más, ella abrió la
ventana y metió mi café al microondas. Práctica, alta como mi madre y
servicial. Rossy. Así era. Yo, confiada en ver a mi madre representada en ella
seguí contando con la comodidad con la que ella me hubiera escuchado. Y por
madre me refería a Eugenia.
-
¿Y
Octavio? –Preguntó.
Seguí contando. Le platiqué
los vestidos que me compraba y las entradas que me conseguía a obras de
teatro que sólo conocía a oídas. Pero la vez que vi Aída fue cuando decidimos,
todos los átomos de mi cuerpo y yo, que él iba a ser el padre de nuestros hijos
futuros, de nuestras noches llenas de ese amor que se prometen en los libros,
que él era el único con el que podía
comenzar una vida donde la soledad no estuviera acompañada de mi misma.
Él
era perfecto para cubrir mis carencias.
Ahora lo entiendo todo pero en ese instante no era más que una bebé abriendo
los brazos por la primera persona que me cargara, una enfermera que se
compadeciera de mí, alguien que me aceptara nacer primero por los pies, que me
quisiera moradita como dice mi santa madre que nací. ¡Dios mío Rossy! ¿Cómo podía ser yo exigente con las
personas o la vida cuando la única opción que tuve es esquivar aquellas
pastillas que tomó la mujer que se embarazó de mí para luego caer en los
primeros brazos que aceptaran cargarme?
“No me culpes Rossy” Levanté un poco la voz y mis ojos se pusieron cristalinos.
Pero lo que yo quería decir era “No te culpes Marina, no te culpes”. El café se
volvió a enfriar, pero mi corazón ardía lo suficientemente como para seguir y Rossy,
quien entendía mi corazón, no me dijo nada.
Octavio, hijo de padre alcohólico, no había tenido un parto tan diferente al
mío ahora que lo pienso. Su embarazo no fue planeado claro está, fue un “hacer
el amor” que en mi diccionario se llama violación, de regreso de la cantina
cuando su esposa lo esperaba llorando en la puerta de la entrada. Su madre lo
amó desde que vivía en su vientre a diferencia de la persona que se embarazó de
mí, pero, dentro de todo, no amaba a él, amaba que él llevaba la sangre de
aquel hombre que no sólo amaba, sino adoraba como a un dios. Vaco sería, dios
del vino.
Yo, bebé de segunda mano, escuchaba cómo Octavio me presumía de cuando nació,
de su bautizo, del estudio de fotos que le tomó el fotógrafo más reconocido de
su pueblo y de la gente que aplaudía que por fin había nacido el primer varón
de Don Tomás. (¿Quién no amaba a Don Tomás si con su alcoholismo mantenía al
pueblo que estaba lleno de bares?)
¿Por qué envidiaba su vida? Hasta su bautizo había sido una celebración más que
oficial y no tardaron ni dos meses de nacido en darle su nombre a una calle (su
padre ya tenía una avenida) y no bastaba más que decir que su cabello pelirrojo
era el éxtasis de la colonia.
-
Es
muy bonito tu pelo. – Le dije una vez cuando estábamos en la cama. – No le
sorprendió, seguramente era la vez número 7,830 que se lo repetían en ese mes.
¿Y yo? Yo sólo era una mujer que había tenido suerte de no haber muerto al
nacer.
Nunca imaginé que todas esas
veces que lo adulaba, como a su cabello, a su sonrisa, a sus ojos… no estaba
más que haciendo el papel de su madre, tratándolo como a un dios. En mi manera de saberme abandonada
necesitaba convertirme en lo que las personas necesitaban para poder tenerlas a
mi lado, o que al menos, les cause simpatía como alguna vez lo hice con la
enfermera más hermosa del universo. Porque convertirme en lo que los demás quieren
de mí me había salvado la vida una vez.
En mi empatía fui todo lo
que él quiso, sólo pedía a cambio que cuidara de mí… ¿Cuidara de mí? ¿No lo
había hecho bien yo sola desde que era al menos unas 70 células que no dejaron
morirse tras unas pastillas letales? Si alguien sabía cuidar bien de sí misma
era yo, pero bueno, eso no lo sabía, Rossy.
No sé por qué dentro de todo
este embrollo amoroso pude falsamente admitir que “al fin tuve todo lo que deseaba” Me odio por ello, pero sé que voy
a perdonarme porque me quiero más que lo
que la muerte quiso arrancarme de la vida. Tengo más derecho a vivir que
cualquiera por haberme librado de mi primer y último día en una noche donde una
mujer desesperada quiso quitarme la vida pensando que era suya.
No era suya, ni era de
Octavio Madero Silva, siempre fue mía Rossy, pero no pude entenderlo nunca,
hasta ahora, que vivo en ese nunca que es sólo mío.
Rossy, no morí aquella noche
que la que se embarazó de mí supo que tenía vida dentro de ella, pero una mujer
murió dentro de mí anoche que hice consciente todo este embrollo en el que por
creer que no merecía vivir… me anulaba yo sola. ¡A la chingada todo eso Rossy! ¡A la pinche chingada sentirme menos o
pensar que tengo que pagar un precio a todo lo bueno que me pasa! ¿Cómo
mierdas pasar por la vida creyendo que tengo que pagar cada cuota o que tengo
suerte de estar viva? Madre mía, nadie sabe mejor que yo que si de vivir se
trata sólo hay que desear provocar la vida y no la muerte. Por eso maté a esos
pensamientos que quisieron matarme a mí, como las pastillas abortivas, por eso
vengo a decirte que morí. Murió la Marina que creía que no tenía derecho a ser
feliz y que al menos pensaba que su única suerte era existir. A la madre todo
eso Rossy. A la “madre” que no me tuvo.
-
No
sé cuántas terapias necesitaste para que me dijeras esto que ahora sientes pero
créeme que en mi carrera como psiquiatra jamás estuve tan feliz que de
escucharte decir todo esto con todo y con todo y groserías. ¿Ves esos diplomas?
– luego añadió – Esos diplomas no se comparan con el éxito que está
transformado en ti. – Me dijo y entendí todo con agua en los ojos, esa que no
se corre…
Entonces las dos aceptamos
que nuestro café estaría para los científicos frío, pero para nosotros más
cálido que nunca. Seguí. Madre mía, ya no supe ni qué estaba diciendo. O tal
vez, lo sabía perfectamente.
-
Rossy
¿Te acuerdas cuando me pediste que comprara una muñeca y la abrazara en las
noches? – Le dije. No sabía a qué te referías pero ahora lo entiendo todo y en este
“eureka” me ha dolido tanto la cabeza de entrar tanto en razón. Continué como
casi recitando:
¿Cómo
chingados espero estirando las manos lo que yo puedo hacer mejor que nadie? Probablemente si Octavio hubiera estado
en mi papel adentro del vientre de la mujer que me embarazó no habría sabido
esquivar ninguna pastilla letal. Él estaba acostumbrado a que lo mimaran y su
fuerza se encontraba… hasta ahora lo sé, en los brazos de otra mujer, su madre,
luego yo. ¿Qué acaso todos nacemos esperando que nos carguen? Vaya que
desempeñé muy bien ese papel cuando fui su novia, o amante, ya no sé. Vaya que
supe muy bien lo que él quería porque la manera en la que lo abracé es la
manera en la que pedí a llantos y gritos que me abrazaran ese primero de enero.
O 31 de diciembre, era tan de madrugada y a nadie le importó tomar nota si nací
un año u otro.
Nacemos
por un abrazo y moriríamos por uno. ¿Dónde queda el precio de la vida? Un abrazo es simple, lo puede dar
cualquiera. Es sólo estirar las manos y absorber algo más bonito que el abrazo
mismo: a un ser necesitado.
Eso
era yo tras el telón. Una actriz que fingía ser lo que todos quieren que sea
por un aplauso, un roce de alguien que me aprieta el antebrazo ovacionando mi
actuación. ¿Cómo no iba a saber cómo hacerle para que me quisieran si al nacer
comencé a actuar para que me amaran?
“Mamá, no sé por qué comencé
actuando contigo si lo único que tenía que hacer para amarme era ser yo misma y
encontrar que mis brazos sabían abrazarse porque tú me dijiste cómo al segundo
de salir de la cueva.” Pensé.
-
Pero
Rossy – Agregué en voz alta – Maté a esa
persona que vivía dentro de mí pensando eso y con eso maté las creencias de
pensar que sólo siendo lo que los demás quieren podría tener los abrazos que se
requieren para sobrellevar el día. Y al matar eso Octavio me quedó chiquito.
Tan chiquito como el alpiste que me daba. ¿O cómo va la canción? Rossy, en un
golpe de frenesí decidí armarme de valor y amarme como sólo yo sé hacerlo.
Porque Dios sabe
que quiero a aquella enfermera que ahora es mi madre y que no hay amor más
grande que el que ella me dio, pero hoy, con todo lo que ella vino a darme, te
digo que sí, que mi amor propio ha
superado el amor de cualquier ser vivo, el amor de Octavio, el amor con el
que me veía el párroco sucio del pueblo si es que eso es amor, el amor con el
que me explotaron en mi primer trabajo, el amor que según esto sintió Octavio,
ah, pero a él ya lo había mencionado.
Al dejar atrás todo me di cuenta que
nadie me quiere más que yo y sabe lo que quiero darme, y en ese dar muerte a la
filosofía creer que todos son mejores en el área de amar que yo misma, descubrí
que muerta esa creencia es cuando nace la fuente inagotable en mí que no
morirá, sino que se vendrá conmigo hasta donde yo vaya.
Y llevándome
conmigo entenderé que por más que de pronto mi historia tenga deslices que tal
vez el cosmos no deseaba que ocurrieran, por más que la baja estima de mi ser
me haya convertido en una víctima, de esas que no escriben su propia historia
porque tienen miedo, por más que todo eso Rossy, sé ahora que la historia la
escribo yo, con lo bueno y malo que tenga… y al menos hoy, en esta tarde de
lluvia te digo y ahora sí llorando, que la historia ya cambió porque yo no di
muerte yo di vida. Porque darme cuenta de que estaba embarazada de Octavio
después de haber terminado con él y sentirme devastada no fue un motivo para no
dejar que Martina naciera, y la abrazara como madre que soy… ¡Soy madre Rossy! Todos
mis deslices dieron vida.
Y de algún modo
hoy descubrí que todas las situaciones del mundo tienen sentido, cada que la veo dormir,
cuando me sonríe, cuando juega con las palomas… cuando todo... y en ese todo llevaré mi amor siempre conmigo... hasta donde yo vaya.
Si quieres ver la primera historia que se titula LA MUJER ORDINARIA da clic aquí
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