Escribir ficción puede resultar muy divertido.
En el camino de la playa me encontré un pirata… mis dedos entre la arena se detuvieron para ver sus ojos pequeños y tiernos que con o sin paliacate no iban a hacerme daño. La argolla que llevaba la noté poco después… una argolla que me estorbó durante el viaje que nunca hicimos porque ya estábamos pisando el paraíso. No había necesidad de movernos, no había necesidad a veces hasta de hablar…
Dos movimientos nos acercaron, el de él con razones que desconozco y el mío por motivos que no debería, y mientras más cerca me sentí más lejos, ya que poder palpar algo que no será tuyo me convirtió en espectadora de una historia que no escribía yo.
Minutos después me di cuenta que ni él tenía el lápiz y ni yo planeaba al escribir, y de manera espontánea se movía la historia por un camino en el que el pasado no importaba y el futuro, aunque era lo único que estaba ya escrito, no era por mí, era por él.
Así dejé de ser escritora, así dejé que escribiera él… unas notas que si lo notas, son más palpables que el papel. Un pirata y una melena suelta caminaron por donde fue… la historia de la única vez que las riendas no fueron mías, ni de él.
Dejar de ser autora para convertirte en personaje me hizo la mujer más feliz por unos días que tampoco guardé en borrador. Que sólo serían un paréntesis que cualquier escritor necesita para volver al medio donde se gana la vida, donde a diferencia que la vida, el final puede llegar a ser… una moneda al aire donde siempre caerá de mi cara.
Pero como no es real poder salirse con la suya y la historia no fue mía, pirata fue el pirata y el original por ahí navega.
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