El otro día en clases
de Literatura nos pusieron a hacer un ejercicio que se llama “Ruleta” consiste
en que la maestra nos dijo “escriban lo que quieran” después decía “alto,
pongan esta palabra – o esta frase – “ y no importaba si se salía de contexto
con la historia, tenías que ponerla. Esto fue lo que me salió, un pedazo de ficción
combinado con una crónica real… es decir, no todo fue real ni todo mentira, lo
que pasó es que tuve que insertar frases cuando la maestra lo pedída… se las comparto
porque prometí escribir mis tareas. ¡OJO! Las palabras o frases que están en negrita son las que la maestra dijo que pusiéramos, para que se rían cuando lean cómo las puse. ¡Gracias a todos!
Nada se captura.
Por Lucía la de flor
Ejercicio en clase
de: Ruleta.
Había visto el Jorobado de Notre Dame más veces que un niño
promedio, recuerdo todas esas caricaturas de Disney y los sentimientos que me
provocaban, entendía entre líneas las escenas y vivía con más intensidad que
los mismos personajes sus alegrías y dolor. Lástima que no hay una máquina de
esas como los detectores de mentiras que captaran las tonalidades de las
emociones con las que vivía las pelis de Disney.
Por
eso, en aquel hotelito parisino, cuando Andrés me preguntó si sabía algo sobre
Notre Dame contesté soberbiamente: “¡Pues
claro! Si he visto la Peli del Jorobado.”
¡Cómo
lo hice reír esa noche! Planeábamos seriamente el tour del día siguiente y mi
comentario lo había hecho carcajearse como tanto me gusta, pero lo puse serio
cuando de pronto salí con mi prenda
íntima tratando de provocarlo un poco, lo demás no les interesa saber.
Nos
levantamos tarde al día siguiente cuando las
harpías de las camareras nos habían tocado nuevamente alegando que teníamos
que salir para hacer el cuarto, vaya hotel. Nos vestimos, pusimos los
pasaportes y algunos euros bajo llave
por aquello de las suspicacias
francesas y tomamos el metro para bajar cerca de donde viviría en persona mi
momento Disney.
Parecía
que el desayuno o el agua parisina tenían alguna fórmula que te hacía sentir
pleno, feliz, enamorado… porque Andrés y yo éramos dos perfectos candidatos a
inspirar a algún escritor que pasara por ahí y viera nuestras risas, abrazos y
la manera en la que dos enamorados caminan.
O
era el paisaje el que hacía que nos viéramos felices, no lo sé, pero lo dos
estábamos anestesiados de París,
envueltos por arriba hasta los pies
de una droga particular.
Vaya
día que hasta del Jorobado me había olvidado, mi nueva y propia película
ejercía en mí toda la ocupación de mi tiempo, a tal grado que si se vuelcan o no los coches de al lado,
si incineran o no a algún viejo que
ha muerto a unas cuadras al lado, yo y mi mundo me tenían anonadada y atenta
sólo a nuestro momento, a tal grado que había olvidado voltear a ver si venía
un coche a atropellarnos. “Dios nos
guarde la hora en que eso pase” pensé, sería un dramático final para dos
enamorados.
Que
tonta que pensé en eso, volví en mí y admiré el río que cruzábamos por aquel
puente, la risa de Andrés y mi pose para la foto donde a espaldas ya se veía
Notre Dame.
Pero
ah como se me da eso de crear voces sin
rostro en mi cabeza… - ¡Ya basta Lucía! - Me dije a mis adentros - Eso sólo
crea nuevas complicaciones y callando
mi voz interna corrí hasta alcanzar a Andrés quien ya terminaba de cruzar el
puente.
Me
reuní a su paso y en el ritmo perfecto, parecíamos un carro nupcial ya que curiosamente iba vestida de blanco, él un saco
negro y nos dirigíamos a la Catedral de Notre Dame.
¡Que
belleza de día! Pensaba mientras pasamos una escalera por abajo, pero ni eso y
ningún gato negro podrían darnos
mala suerte a este par de tórtolos que estaban viviendo algo mejor que la luna
de miel de cualquiera.
Que
increíble es saberse así de feliz, quitando aquella zozobrante sensación de que algún coche pudiera atropellarnos en el
trayecto poniéndole fin al verdadero principio de nuestras vidas. Meditando eso
me postré frente a la Catedral tan anhelada y como llave de agua comencé a
llorar.
Andrés
estaba contemplando mi éxtasis porque él ya conocía el recinto y le complacía
mas posar sus ojos en esta guera y captura sus emociones.
Sentí
pena de llorar frente a él y juré por ni nombre
propio que no volvería a hacerlo. El rió con mi juramento ya que había
perdido mi credibilidad al haber llorado en el Museo del Prado, la Plaza Mayor,
el Palacio Real, la Torre Eiffel y ahora aquí. Así que mi promesa pasó a segundo plano, me puse de costado y él me tomo la primera foto
en ese mágico lugar.
- Andrés
¿No encoge esta cámara? – Dije al ver la foto. – Mira que majestuosa es, la
fotografía no le ha hecho justicia. – continué disgustada, y ase habían secado
mis lágrimas y la rabia salía a flote al ver la foto tan desgraciada. - ¡Tómala
otra vez Andrés! – Grité mientras acomodaba mi pelo y a grito de guerra la tomó de nuevo, una y otra y otra vez.
Nunca pude captar la
monumentalidad Notre Dame como mis ojos la veían, no podía capturarla aunque
fueran varios intentos y mi corazón sólo entendió que tal vez, ningún monumento
y ningún lugar es capturable y en la belleza de su finitud está la verdadera
libertad de la vida que tampoco capturaremos, igual como el día de Notre Dame
no fue igual en mi memoria, que en la de Andrés, o que en la estúpida cámara
digital.
Nunca nada ni nadie habrá de capturar un momento como nosotros mismos lo hacemos. Un saludo Lucía, tu historia parisina, así como el resto de tus anécdotas, siempre me llenan de inspiración.
ResponderEliminarte leo y me volviste a llevar a Paris!... las sensaciones magicas recorrieron de nuevo mi cuerpo ...Gracias Lucia!
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