QUE LA VIDA VIVA...
Por Lucía la de Flor
Tenía unas ganas de abrir la computadora sólo para mí. La última vez que lo hice escribí más de treinta hojas, fue un día después de regresar de Europa, justamente el día que nombraron Papa a Francisco. Escribía sin parar y al final ese amor que convertí en letras se quedó sólo para mí. Tenía tantas ganas de compartirlo, lo siento inútil en mi Word. Aunque por el contrario me pasa que, al estar compartiendo todo por las redes sociales, me entra unas ganas por encontrarme solita en la computadora y escribir sólo para mí, escribir en calzones con mi aromaterapia que me dio Maggie de la India, mi torre Eiffel que me alcancé a comprar, mi escritorio, un cigarro y yo con lentes. Nada más, sin miedo a qué van a pensar los demás, escribir sólo lo que yo quiero. Hoy quiero intentar hacerlo aunque en realidad sí los tengo a todos en la mente, a todos. ¿Lograré escribir sin libertad por aquello de que no puedo sacarlos de mi mente? Estoy a punto de descubrirlo.
No soy una adolescente, pago mis rentas y me mantengo de pie. Los errores que antes me daba el lujo de cometer ahora los oprimo y probablemente sea un poco más aburrida tras esa represión de que somos adultos y no podemos equivocarnos. No podemos darnos el lujo de irnos de boca en el amor y tampoco abrir un negocio sin recapacitar en deudas, gastos... pero aquí estoy, en un sábado por la tarde pensando en no sé qué tanta cosa, pero delicia porque quiero complacerme a mí y escribir lo que yo quiera.
¿Es acaso que durante este período como escritora no he escrito lo que yo quiero? No lo sé, a veces siento que más allá de escribir tengo la misión de ponerte de buenas, algo así como hacer por los demás lo que me gustaría que hicieran por mí. Es extraño, me pasa que ahora que acabo de cumplir años y haberme desenamorado hace poco, no sé qué terreno estoy pisando.
¿Qué quiero yo de mí? ¿Qué necesito? Hoy, les confieso, me siento mejor que nunca pero eso no quiere decir que no sepa a qué sabe el miedo, la soledad, los vacíos, pero esas incertidumbres y malos ratos son parte de ese conjunto “me siento mejor que nunca”.
Por ejemplo, yo creí que sabía amar. Al menos en alguna forma primaria. Pero no lo sabía. El año pasado descubrí lo que es amar y tan sólo de escribirlo y ver mi torrecita Eiffel se me rasgan los ojos y le fumo al cigarro. Y continúo porque estoy escribiendo para mí.
¡Mierda! El amor es increíble pero practicar ese verbo y no sólo decir “te amo” sino “estar amando” rayos me hace volver a llorar. ¿Qué tuve que vivir para aprender a amar?
Recuerdo, hace unos años, estaba pasando por una etapa muy fea de mi vida, tan fea que no me he atrevido a platicarla todavía en estos otros muchos años de escritora. Sólo la platico por afuerita o me sirve para expresar sentimientos pero hace años me cargaba la chingada y no mamadas.
En ese tiempo le recé a Dios en mi cama, llorando también. Le dije “Dios, por favor, si hay un hombre bueno para mí, alguien con el que yo pueda ser feliz, no me lo mandes ahorita porque estoy hecha pedazos. Dame tiempo Diosito, no quiero recibirlo así, dame tiempo…”
Seis años tuve aventuras, besos, romances de fin de semana… nada que yo pudiera ver a los ojos y decir “Aquí estás”. Esperaba a alguien, les confieso. Esperaba a alguien al mismo tiempo que deseaba que no llegara todavía porque estaba hecha pedacitos y cuando me desesperaba por estar sola le decía a Dios: Todavía no estoy lista.
En un arranque de soledad le volví a rezar a Dios… “Diosito ¿Por qué me dejas sola? Tal vez no quiera estar sola, necesito un abrazo, necesito a alguien que me haga sentir que la vida es rosa, aunque lo es pero no del todo por eso estoy rezándote…” En pocas palabras estaba desesperada por conocer el amor, otra vez. La primera había sido tan bonita y yo la había un poco regado entonces quería enmendar mi error en otra alma.
Leí, fui a bodas sola, escuché historias de amor, incluso, me dedicaba a peinar novias para bodas y me tragaba toda su historia de amor con amor pero con algo de coraje. ¿Cuándo me tocará pasar al pizarrón?
Pero nada, Lucía estaba sola y se burlaba de ello en las redes sociales. Hacía chistes de mi situación y hasta le tomé cariño. Y no sé si tenía miedo de estar enamorada y habré pasado algunos galanes sin dejar que nada sucediera porque a pesar de que lo quería con todo mi corazón, no estaba lista. Y en mi mente tengo a dos que tres que pudieron haber sido una buena oportunidad.
Después pensé ¿Cuándo se está listo para amar? Ya había leído todo el Cabronario: La cabrona perfecta, por qué los hombres aman a las cabronas y había descubierto que eso no era amor. Después leí a La Maestría del amor, El Camino del Encuentro de Jorge Bucay, Amar o depender, Jane Austen, y pensé que ya sabía al menos identificar lo que podía llamarse amor y lo que no, pero en voz de otras personas, quería sentirlo.
En esos seis años de desesperación y risas también, conocí a muchas amigas, las vi enamorarse, las acompañé en su viaje y dejé de pensar en eso un poco… tal vez, cuando eres tu única pareja te vuelves tu novia, te compras lo que te gustaría que alguien te regalara y te arreglas para tomarte una selfie… sólo para guardarla para cuando las arrugas cubran tu piel.
Cocinaba para mí, velas, servilletas de tela… coqueteaba en las noches con hombres que existían en mi mente, los imaginaba antes de dormir y hacía mil y un historias… yo y yo vivíamos una relación donde cubríamos las necesidades básicas al menos. ¿Qué si era feliz? Sí, sí lo era. Y dentro de todos esos años donde ya quería conocer lo que es tener una pareja, aún en mi curiosidad, no me dejé conquistar por personas que creí que no serían suficientes. No caí ante el primer encanto y esperé.
Entonces hice de la escritura mi manera de hacer el amor a la hora que yo quisiera. Y perdí la virginidad entre cartas que sólo fueron mías, escritos que subí y probablemente les gustaron pero había un mensaje íntimo sólo para mí escondido entre cada párrafo y me divertí con esa situación y esta nueva profesión que me hizo enfocarme en lo que verdaderamente importaba: En vivir.
Me ubiqué en el ahora, en mi realidad, y me concentré en mis sueños. ¡Pum! Mientras hacía todo eso me enamoré de un lector con el nombre de mi Bisabuelo, quien por cierto, también era escritor. Y descubrí que probablemente no sé si ya estaba lista o me pasó como a las mujeres que se convierten en mamás: Comienzan a serlo sin instructivo.
El miedo tocó a mi puerta enseguida y le dije: Esta vez no voy a hacerte caso. Incluso recordé lo que me había dolido perder a mi mamá y al tener a alguien que amas un poco de la misma manera me asustaba la idea de repetir esa separación que después de 16 años me sigue doliendo. Pero en este caso, incluso la razón estaba de mi lado, al tener la nueva filosofía de que lo único que importaba en este mundo era vivir, dejé vivir el amor dentro de mí. ¿Qué si fui feliz? Fui inmensamente feliz.
Me costó trabajo como todo llegó de golpe, porque no sólo fue el amor: había publicado mi libro y en una presentación sentí que el día más soñado en mi vida (Más que lo que sueña una mujer con su boda) estaba pasando. Ese día mi papá me escribió una de las cartas que más me han gustado en toda mi existencia y sentí que todos mis seres queridos estaban ahí. ¿Saben cómo me sentí exactamente y de hecho me acordé de esa escena? Cuando Jake y Rose se mueren en el Titanic y al final los reciben todas las personas del barco y les aplauden. Veía tantas caras conocidas que me querían con todo su corazón que no pude evitar decirle en silencio a Dios: Gracias.
Debido a mis seis años de soltería había conocido a tantas personas. El que me dio ride a la salida de una fiesta, con los que viajé, con los que viví temporadas donde no nos separamos y los amigos que siempre, siempre están, mis wikys por ejemplo. Por eso siempre que me preguntan que por qué conozco a todo el mundo y me la paso saludando gente les contesto: Seis años de solterismo me avalan.
¿Qué si me asustó dejar entrar a mi vida tanto amor en una sola noche? Sí, sí me asustó, pero dejé que la cascada se desbordara y entendí que estaba cosechando muchas cosas que había sembrado y me permití merecerlo. Merezco este amor. Punto.
¿Por qué será que cuando más feliz estás te acuerdas de aquel dolor que marcó tu vida? Me transporté al pasado, a esos años donde todavía no tengo el valor de escribirlos y en el hoyo sentía que no había esperanza para una guerita, novena de diez hijos, con muchas ilusiones en la vida. Traje a esa niña de esa edad a la fiesta y verla ahí fue lo más bonito que he sentido en la vida. Me gusta recordar a la Lucía con más dolor en su corazón y llevara a todos los lugares a los que ahora soy muy feliz. Así que la llevé a enamorarse y con novio nuevo después de muchos años le permití que lo besara y no me puse celosa. Probablemente mi novio de ese entonces no notó las veces que lo besó esa niña con dolor y las veces que lo besé yo.
Probablemente eso era sólo algo mío, como los escritos que no subo, y son míos. Pero compartir mi novio con esa niña llena de dolor me causó placer. Probablemente ella lo merecía más que yo.
Ahora ella y yo nos quedamos otra vez solas, y en este sábado 10 de agosto de 2013 decidimos poner música y sentarnos a escribir como muchas veces lo hicimos. La escritora siempre fue mi desahogo desde que tenía catorce años y veía cómo mi mamá moría de cáncer. Escribía todo lo que sentía para poder sonreír cuando la viera. Y no sé si soy escritora porque tengo habilidades literarias o porque mis sentimientos son tan fuertes que necesito plasmarlos en donde pueda para dejarlos existir. Como dejé existir el amor en mí, aquella vez que me enamoré.
Sentir amor es muy bonito, pero amar es un milagro. Amar es una señal de estar más viva que un ser humano que sólo existe. Amar es saberlo, amas o no amas. Yo amé. Y probablemente nunca me arrepienta de amar a pesar de no haber sido la persona correcta para el futuro, fue la persona perfecta para ese presente que también fue perfecto. Es un regalo que das pero que te permites regalar y al regalarlo es un regalo para ti.
Yo no sabía todo esto porque al terminar el dolor que se tenía enfrente cubría todo ese aprendizaje que quería salir a flote para decirme que lo había logrado: Amé. Y sí, ese es el resultado perfecto de toda relación termine o no termine, no sabía verlo porque había perdido a la persona que amaba.
No quería que mi niña triste se pusiera triste otra vez pero curiosamente ella fue la heroína que me sacó adelante, Mi mi misma de menos años me dijo: Lucía, somos más fuertes que la pérdida. Y creo, lectores hermosos, que somos más fuertes que cualquier pérdida, y creo, más allá de todo que a veces cuando pierdes, ganas.
Hoy después de un tiempo razonable para razonar y sentir con el corazón me vuelvo a construir y le quito el poder a la tristeza de hacerme pedacitos. Y me siento sola, sí, pero deliciosamente sola. Cuando eres consciente de que el presente es lo único que tienes, cuando dejas que la vida viva, cualquier día lo reconoces como reconoces al amor: Como un milagro.
Un milagro pasó dentro de mí al amar y eso me ha transformado y por eso no considero que he perdido. Y en esta situación en la que pienso ¿Y ahora qué será de mí? Me tranquiliza de saber que por primera vez dejo que la vida viva y que los días se escriban solos, uno por uno, llevándome a un camino que no sé dónde termine pero donde me vuelvo a encontrar con esos amigos que estuvieron en la presentación de mi libro y que estuvieron también en mi etapa de dolor infinito. Corrección, el dolor no es infinito. El amor sí lo es.
El verbo amar se convirtió en una nueva forma, ya que no tengo al ladito a esa persona, lo he dado de diferentes maneras. ¿Qué si estoy en espera de encontrar a otra persona a la que pueda entregarle toda esta magia que hay dentro de mí? No, no lo estoy.
No le pido a Dios encontrarme a nadie y tampoco le pido estar sola, le doy gracias de existir y de dejar que la vida viva. Y cuando la ansiedad de todo ser humano por conocer si en el futuro habrá un buen porvenir llegue a mi corazón, lo calmaré diciéndole: Lucía, deja que la palabra más bonita que conoces haga lo suyo: Coincidir.
Abrazo este sábado a mi existencia, recuerdo con cariño cada uno de mis días, traigo a mi mente esos besos tan ricos cada que me apetece y los momentos en los que al estar amando fui tan feliz, como traigo a aquel inolvidable baile en el puente de candados de París o la vez en la que la torre Eiffel se presentó frente a mí para decirme que todos los sueños se hacen realidad. Vaya que alegría, lloré tanto, pero no lloré yo, lloré porque permití que aquella niña llena de dolor viera la torre, y la subí en mis hombros para que no se perdiera nada y probablemente ese haya sido la sanación de todos esos días grises.
Hoy escribo todo esto para decirle a la vida que no me debe nada, como yo creía. Antes pensaba que por haber tenido ciertos días de infierno y por haber perdido a mi mamá, merecía una recompensa grande. Hoy le quiero pedir perdón a la vida por haber pensado eso y le quiero decir que jamás será mi intención ser desagradecida con ella. Y lo mejor de todo es que la vida me contesta que ni siquiera yo le debo a ella por ser tan caprichosa y no valorar lo que me estaba dando, La vida me dice hoy: Siempre hemos estado a mano, yo sólo quiero que seas feliz.
Saberme a mano con la vida y entender que merezco todo el amor que he recibido y que no le debo nada me hace sentirme grande, me hace sentirme importante de que alguien haya pensado que valía la pena crearme. Valía la pena que Lucía naciera y eso me llena de un amor infinito que también es un milagro. Así que hoy escribo así y porque sí, porque estar a mano con la vida me hace muy feliz, porque haber conocido el amor me hace también muy feliz y porque abrir las puertas al aquí y al ahora me llena de todo eso que yo creía que me hacía falta.
¿Del futuro? No pienso mucho, sólo me quedo con que el viaje de una mujer llamada Lucía Orozco y que algunos conocen como Lucía la de Flor hasta ahora no ha valido la pena, ha valido la alegría. Listo, ya lo dije. Que lindo es escribir.